A raiz de la dialéctica sobre la idoneidad de que el artista se exprese (también) mediante la palabra para explicar, arropar, ampliar, o justificar su obra, leo (perdón por mi traducción) un interesantísimo párrafo de Charles Baudelaire en “Fragments sur le Beau, la Poésie et la Morale” Variétés Critiques II (Paris: Crès, 1924) pp. 189-190:

… es el momento adecuado para refutar un error muy común, cuya principal raíz es quizá el más miserable de los sentimientos humanos: la envidia. “Un hombre que razona tanto sobre su arte no es capaz de producir naturalmente trabajos hermosos”, dicen quienes así arrancarían el genio de su razón, y le asignarían una función meramente instintiva, y en definitiva, vegetal… me dan pena aquellos poetas a quienes sólo el intinto guía; creo que son incompletos. En la vida espiritual de los iniciadores, una crisis inevitablemente se gesta, cuando desean racionalizar su arte, descubrir esas oscuras leyes por virtud de las cuales han producido, y concluir de este estudio una serie de preceptos de los cuales el fin divino es la infalibilidad de la producción poética… es imposible que un poeta no albergue un crítico. Al lector no le extrañará, por lo tanto, que considere al poeta el mejor de los críticos".

Por otro lado (y no “por el otro lado” como la dialéctica nos tienta a derivar) tenemos la postura de aquellos como Paul Cézanne, quien en una carta a Emile Bernard (26 de mayo de 1904) dijo:

Hablar sobre arte es casi un sinsentido. El trabajo que conlleva avanzar en la propia obra es suficiente compensación para la incomprensión de los imbéciles.

Y ante esa aparentemente eterna (aunque no tenga más de cuatro siglos a lo sumo) dicotomía, me pregunto si no será mejor hacer caso a Alain Badiou, quien al hilo de las consideraciones de Nietzsche sobre la belleza y en su propuesta de superar las oposiciones dialécticas no mediante la eliminación de los términos contrapuestos sino de la línea que los separa (en contraste con la lectura de “harmoniosa síntesis entre sensibilidad y comprensión” que proponía Kant), quien señaló a la “ruptura de la verdad integrada en una concepción general de deseo situada en el límite entre la representación y su desaparición”, dijo:

No es “ser o no ser”, es “ser y no ser”