Desde los avances en metalurgia por las necesidades del campo de batalla en la Edad Media hasta los impresionantes avances de los científicos alemanes bajo la presión de los nazis, pasando por el hecho de que se inventara antes la ametralladora que la máquina de escribir, la industria siempre ha sido una gran aliada de la guerra, y viceversa.

Pero una cosa es contar con máquinas o avances científicos puestos a disposición de la guerra, y otra que estas invenciones sean autónomas.

Ed me envía un artículo de Spectrum del IEEE en el que se mencionan datos que muestran la magnitud del problema: desde el US Army Robotic Rodeo (vehículos de combate autónomos, no simplemente controlados a distancia), pasando por el crecimiento de los drones o UAV (vehículos aéreos sin piloto, que van desde una tonelada a 430 gramos) que han pasado de 50 a 7000 en la última década, al hecho de que ya en 2009 las Fuerzas Aéreas de EEUU formaron a más “pilotos virtuales” (para controlar UAVs) que pilotos de caza, o que ya haya 65 países con robots (o en proceso de compra) en sus fuerzas armadas.

Esto plantea muchos retos: desde la cantidad ingente de datos a analizar y procesar, hasta las configuraciones en enjambre (swarm-bots)… y sólo hay una salida lógica en esta carrera del sinsentido, y es la autonomía de los robots, la Inteligencia Artificial.

No hace falta ponerse a pensar en Bolo, o las sagas Terminator o Matrix, para comprender que vamos abocados a un desastre, de un tipo u otro: medioambientalmente, militarmente, artificialmente… o la singularidad nos salva, o que la evolución se apiade de nosotros.