Todos conocemos alguna de las múltiples historias en las injusticias ocurridas a la hora de atribuir contribuciones a la ciencia y la filosofía. En la película Ágora, Amenábar nos habla de Hypatia de Alejandría, relatándonos en el camino cómo la teoría heliocéntrica surgió mucho antes de Copérnico (Aristarco de Samos, relatado por Arquímedes de Siracusa, tal y como reconoció el mismo Copérnico). Pero hay muchos muchos más, algunos de los ejemplos más relevantes:

  • La Teoría Especial de la Relatividad atribuída a A. Einstein fue formulada y publicada primero por J. H. Poincaré (basado en el trabajo de Lorentz, FitzGerald, Voigt…).
  • El primer vuelo en avión no lo realizaron los hermanos Wright, sino R. Pearse.
  • La radio no la inventó G. Marconi, sino N. Tesla.
  • A. Volta no inventó las baterías eléctricas, sino los sacerdotes egipcios, quienes enseñaron a Moisés cómo se hacía (y ya sabemos lo que con este conocimiento hizo Moisés).
  • El automóvil no es una idea de H. Ford (quien sí nos dio la maléfica “producción en serie”), sino de K. Benz.
  • EL interfaz gráfico de ordenador no fueron inventados por Microsoft ni por Apple, sino por Xerox (PARC)
  • A. Meucci fue el inventor del teléfono, no A.G. Bell.
  • H. Lippershey, y no Galileo, inventó el telescopio.
  • La bombilla no es la brillante idea de T. Edison, sino de Sir H. Davy. Tampoco T. Edison inventó el fonógrafo; fue Édouard-Léon Scott de Martinville quien lo hizo. Ni inventó la fotografía en rayos X, pues eso ha de atribuirse a W. Röntgen. Para colmo, el cine no lo inventó tampoco T. Edison como muchos creen, sino L. Le Prince.

Como esos hay muchos, demasiados ejemplos, a los que el podrido e ineficaz sistema de patentes ha servido para privar a sus legítimos inventores del derecho y el honor de ser reconocidos como tal.

Pero hay otro aspecto de esta sucesión de injusticias que se tiende a subestimar: la inestimable aportación de la mujer (por eso he empezado el artículo con el ejemplo de Hypatia) al avance de la ciencia y la filosofía.

Si los errores históricos, plagios y abusos de atribución han ocurrido (ocurren y ocurrirán), en el caso de la mujer esto ha sido todavía más grave, pues históricamente han gozado de una visibilidad mínima o inexistente a los ojos de cronistas e historiadores. Relegadas a la figura de pareja o madre, son prácticamente inexistentes los casos en los que la figura femenina ha sido tenida en cuenta en su verdadera función creadora.

Ana me envía este artículo donde se mencionan las aportaciones de mujeres como Jenny von Westphalen (“El manifiesto comunista”), y O. Crick y R. Franklin (estructura y captación del ADN). Habrá miles de descubrimientos importantes realizados por mujeres, de los que sólo conocemos unos pocos, y por desgracia la gran mayoría quedarán silenciados por una historia sesgada, redactada por una sociedad machista.

Lo único que ahora podemos hacer es intentar destapar esa mentira, intentar evitar que siga ocurriendo, y decir: gracias, mujer.