Tras llegar a JFK del modo más previsible (haya lluvia, nieve, tráfico, o lo que sea) que es la combinación de línea E + AirTrain, y embarcar en “última llamada” pese a haber llegado con tiempo de sobra (por culpa de las interminables colas de seguridad, y la anómala cantidad de pasajeros con muchos niños pequeños en carritos, con muchas maletas de mano, ancianos, etc) por fin llego a mi asiento en el vuelo Nueva York – Río de Janeiro, y veo que está ocupado por… unas llaves de Rolls Royce, con llavero de Rolls Royce. ¿Cómo se puede tener tanto dinero y tan poco gusto a la vez? Además, creo que EEUU es uno de los pocos países donde los propietarios de Rolls los conducen ellos mismos (bueno, ahora que lo pienso, Pedro, mi ex-socio en la primera empresa que fundé también lo hacía).

– Disculpe, creo que se le han caído las llaves.

– Ah, sí, muchas gracias.

El caballero en cuestión es joven (aunque cada vez más gente me parece “joven”, ¿por qué será?), vestido estilo “preppy” (americana, polo, vaqueros, y mocasines de ante azules).

Por suerte no cruzamos palabra durante las primeras horas de vuelo. Entre mi parquedad, y la obvia poca afinidad, mejor así.

Pero tras ver la película “Too big to fail” en mi pantalla de vídeo, el hombre en cuestión me pregunta:

– ¿Le ha gustado la película?

No es el tipo de comentarios a los que me gusta responder, sobretodo viniendo de un extraño. Prefiero escribir un post en mi blog. Me cuesta ser “políticamente correcto”, escueto sin ser cortante, o siquiera entender por qué me preguntan algo así.

Asumo que quizá dude si verla o no, y por eso pregunta. Así que decido contestarle.

– Bueno, no es un bodrio, pero tampoco una obra maestra. Demasiado narrativa, y muy poco crítica. Desaprovecha una buena oportunidad para establecer un marco ético o político que ofrecer más allá de la “anécdota” evidencial o la autojustificación del aparato administrativo. Y demuestra una vez más que por desgracia la historia la escriben “los ganadores” y esta sociedad confunde quién es un “ganador”.

Mientras pienso si le he hecho un favor, o mis palabras le han confundido más acerca de la película, me responde algo que me sorprende.

– Jajaja. A “papá” –y mientras dice esto mira al hombre mayor que tiene sentado a su derecha– no le gusta el actor que escogieron para su papel.

Tras un instante WTF con su consiguiente cara de estupor, empiezo a pensar “¿qué hace alguien como ellos en este avión?”. Como si me leyese el pensamiento (y no hubiese creído que alguien como “Junior” pudiese ser tan perspicaz, aunque lo haya visto leyendo el Economist) me contesta antes de que le pregunte:

– Nuestro jet no tiene autonomía para llegar a Río, y desde que pasó todo eso (y mira a la pantalla, en clara referencia a la película) tenemos mucho cuidado con el uso de los aviones del banco.

Supongo que mi cara de “no soy de los tuyos, ni me caéis nada bien los del 0,001% con esa actitud, amiguito” también habrá sido suficientemente evidente, porque hasta que hemos aterrizado, no me ha vuelto a dirigir la palabra.