Cuando Émile Durkheim escribió sobre el concepto de anomia (basándose en el trabajo de Jean-Marie Guyau) en su libro Suicide de 1897, habló de un extremo de la anomia: una sociedad con demasiada rigidez y poca discreción individual que causa un desajuste destructivo (desregulación moral y ausencia de aspiraciones legítimas).

Esto está ocurriendo en el mundo del siglo XXI, en muchos países: aquellas sociedades totalitarias (militar o religiosa) donde la norma social, expectativas, y represión conforman una jaula al rededor del indivíduo, desposeyéndolo de su individualidad,sus aspiraciones, sutílmente (o no) imponiendo un corset social donde el indivíduo no puede ser él/ella mismo/a, concentrándose sólo en respirar, sobrevivir…

Pero, en el otro lado de espectro, en muchos otros países (y más sorprendente e hipócritamente en muchos de los descritos anteriormente) lo opuesto también lleva a la anomia: la ausencia de coherencia social, con la erosión de los valores, identidad, y proyecto grupal al que contribuir. Lugares donde las instituciones pierden su credibilidad en un mar de corrupción, hipocresía, y abuso. Donde la preocupación del grupo es sólo objetual (dinero, posesiones, aspecto) pero nunca incluye al indivíduo, a la persona.

Izquierda o derecho, arriba o abajo, valores demasiado rígidos o inexistentes… fuerzas que nos separan. Fuerzas polarizadas que nos desgarran. Fuerzas que sólo nos dejan una salida…