Anoche fui a la fiesta “noche de socios” del Museo de Arte Moderno (MoMA) de Nueva York.

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La “fiesta” fue, como la mayoría de “fiestas” en EEUU: bebida, y gente. Eso fue básicamente todo. La música estaba tan bajita que casi era imperceptible (a diferencia de la fiesta del New Museum, donde los DJs intentaban hacer imposible hablarle a la persona que tenías al lado).

Así que ¿por qué tanto interés? ¿Por qué ir a una “fiesta” que básicamente no tiene nada que ofrecer en términos de “diversión”? Respuesta fácil: para ver y ser visto.

Sólo los miembros (y sus invitados) podían acceder. Así que todo el mundo era un miembro. Comunidad, identidad, pertenencia, exclusividad, poder, hacer contactos… todo a través de un mecanismo simple: la artificial (hasta cierto punto) escasez del acceso. Y donde hay escasez, hay potencial económico en una economía (sociedad) capitalista-consumista.

Lo triste es que seguro que mucha de esa gente nunca va al museo o le importa lo que tiene colgado. Algunos ni siquiera aprovecharon la oportunidad de visitar las galerías abiertas. Pero charlaron, socializaron, presumieron (ya sea de un reloj de oro o de unos tacones absurdamente altos), y hacían como que se sentían “cómodos con la cultura” mientras formaban parte de la élite.