Uno tras otro. Ligeros, rápidos, sencillos.

Vertidos, como una rápida conversación unilateral, los mensajes siguieron entrando. 

De fondo, música de un artista desconocido. Desconocido incluso para sí mismo. Añadiendo una banda sonora reggae-folk que sonaba, sin querer, trágica. Los riffs de guitarra camuflando los tonos de “nuevo mensaje”.

Pero la desesperación siguió acumulándose. Con cada mensaje superficial, una penetrante indicación de que la verdad estaba, todavía, siendo ocultada. Cada nueva línea, un recordatorio teletipado de lo poco que él importaba, de en lo opaco a la vez que transparente que se había convertido. O quizá siempre había sido invisible.

Mientras salía por la puerta, intentando dejar el dolor atrás, los mensajes siguieron entrando…