El 2 de diciembre volé a Montevideo. Me quedé en el Hotel Radisson, Plaza de la Independencia. Ubicado muy convenientemente, con vistas impresionantes desde el último piso. Menos mal que tenía piscina porque no es fácil mantener mi nivel de ejercicio cuando se viaja tanto.

Además de reuniones muy productivas con IBM (por cierto, ejecutivos muy agmables, profesionales, y amistosos) y presentaciones ante varios grupos de hospitales (una de las reuniones en el Edificio Presidencial, otra en el mayor hospital del país, y una presentación en el teatro Solis), disfruté del paseo junto a un río que parece mar, la ciudad antigua, y un extraño bar de hielo.

El 6 de diciembre volé a Lima en un viaje de día para unas reuniones y negociaciones intensas. Mi amigo Jose Carlos se aseguró de que pese a que andaba corto de tiempo, probase la gastronomía de Lima y los zumos que tanto me gustan. ¡Gracias!

La anécdota extraña ocurrió en el aeropuerto: aunque ya tenía la tarjeta de embarque, como la máquina no la escaneaba (luego vi que estaba estropeada, aunque por supuesto el idiota que la operaba se empeñaba en decir que no era problema de la máquina) ¡tuve que sacarme otra tarjeta de embarque y pagar tasa aeroportuaria!. Pero no había tiempo de discutir, tenía que coger un avión, y lo cogí.