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Este año he pasado las Navidades en las Cataratas del Niágara.

Pese a ser una de las maravillas naturales del mundo, no se me había ocurrido visitarlas antes porque no esperaba que “mereciera la pena”. ¡Qué equivocado estaba! No sólo es una zona encantadora (por lo menos el lado canadiense), aunque ciertamente muy “turística”, sino que las cataratas son de hecho alucinantes. Puedes acercarte tanto al agua, verde intensa, que sientes cómo ruge, fluye, se precipita, y se estrella.

El invierno es definitivamento no la mejor época para visitarlas, ya que hace tanto frío que incluso aunque lleves el gorro y los guantes, se te hiela el culo, como me ocurrió a mí, si te pasas demasiado rato admirando las cataratas. Pero no me imagino lo que debe ser en primavera o verano, si ya estaba TAN lleno de turistas.

Supongo que otros hoteles tienen buenas vistas de las cataratas, pero el Hilton, donde nos hospedamos, definitivamente tenía unas vistas impresionantes. Lo cual fue instrumental en una ocasión muy especial: le pedí a mi novia que se case conmigo… ¡y me dijo que sí!

Así que el día siguiente lo pasamos con su familia, disfrutando de unas “Navidades Blancas” (lo que parece ser una tradicional nevada de Nochebuena). El delicioso bufet brunch de Navidad en el extremadamente adorable Hotel Prince of Wales en Niagara-on-the-Lake, y un rápido  tour de Búfalo desde el coche fue la guinda perfecta para unas bonitas Navidades.

Visitaremos a mi familia en España a mitades de enero (y por eso he tardado tanto en publicar este post: quería que fuese una sorpresa para ellos).

Por cierto, las Navidades en NY también son bonitas:

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