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Nos despertamos en Ketchikan, cuarta ciudad más grande de Alaska, con 14.000 habitantes, lo que casi se duplica por los visitantes de hoy (por los 4 cruceros que hemos llegado a la ciudad): 10.000 pasajeros.

Como es el caso en muchas comunidades alrededor de Alaska, las cosas se reparten entre muchas pequeñas islas. Así, por ejemplo, Ketchikan tiene un aeropuerto en el que un 747 puede aterrizar … pero el equipaje debe ser recogido en otra isla, accesible por ferry, ya que la “isla del aeropuerto” es demasiado pequeña para albergar tanto la pista de aterrizaje como el área de recogida de equipaje.

Por lo tanto, no es de extrañar el gran número de barcos e hidroaviones que se mueven entre esas islas.

Tomamos uno de esos hidroaviones, uno viejo de metal rojo y amarillo, uno que encajaría perfectamente en las aventuras del cómic de Tintin, mi idealización exacta de aventura, y nos dirigimos a la isla del Príncipe de Gales en búsqueda de osos y otros animales salvajes.

Durante las siguientes dos horas volamos sobre islas, ríos, lagos, bosques y la orilla del mar, manteniendo los ojos abiertos, mirando a través de binoculares, y escuchando los comentarios y sugerencias del experimentado piloto. Desde el avión vimos una ballena jorobada madre y su bebé, algunas focas y águilas.

Una de las mayores poblaciones de osos de Alaska vive en la Isla Príncipe de Gales, que es el tercer territorio insular de Estados Unidos tras de Hawaii y las Islas Kodiak. Sus áreas de bosque y sus muchos ríos con salmones constituyen un hábitat ideal para los osos negros.

Tras un aterrizaje en el agua, desembarcamos del avión directamente sobre una playa de piedras donde permanecimos en silencio durante unos 15 minutos a la espera de que la fauna se acostumbrase a nuestra presencia y apareciese. Y lo hicieron. Vimos un oso, a quien obviamente le llamaba mucho la atención nuestro hidroavión, y un ciervo y su cervatillo, retozando alrededor con la impresionante belleza del paisaje de fondo. Después de un tiempo subimos al avión de vuelta, y vimos otros tres osos por el camino.

Una vez de vuelta en Ketchikan nos dimos un paseo por la ciudad, pasando por el museo del tótem, y paseando por la colorida Creek Street, con el puerto deportivo al fondo. Como era de esperar, había muchos barcos de pesca atracados allí: Ketchikan se hace llamar “capital del mundo del Salmón Rey”. Como se suele decir: el salmón ama la lluvia, y en Ketchikan reciben un promedio de 381cm de lluvia al año (¡514,5cm en 1949!). La temperatura aquí va de un promedio de 0ºC en enero a 14??ºC en julio).

De vuelta al barco, asistí a la fiesta que organizamos mi encantadora agente de viajes  (blog, web, twitter) y yo en el Stars Lounge, y luego nos detuvimos en la biblioteca para coger el “DVD Hyde Park on Hudson”. Historia interesante, no genial, sobre las “negociaciones” pre-Segunda Guerra Mundial entre el príncipe Alberto y Roosevelt (lástima que parecía producida por Disney), y a la cama temprano. ¡Más aventuras de mañana!