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El lunes nos pasamos todo el día en Grouse Mountain.

Para llegar no es difícil, pero sin duda podría ser más simple. Primero subimos por Granville, donde pasamos un dispensario de marihuana médica (“Farmacia Victoriana”), camino a Canada Place, donde compramos las entradas en la oficina de turismo con la asistencia de una muy agradable señora mayor. De ahí nos fuimos a la estación de Waterfront donde cogimos el SeaBus a North Vancouver. A continuación, el autobús 236 en el muelle 8, que nos llevó todo el camino hasta Grouse Mountain, parando en varias calles residenciales, ¡incluida calle Cortell!

Una vez en la base de Grouse Mountain, decidimos no hacer el “grind” (subida a pie a la montaña), así que cogimos el telesférico Skyrise rojo. Al llegar al chalet, vimos una película de media hora sobre la historia de la montaña como un centro de recreación (digamos que fue “un peñazo”), y luego nos aventuramos hacia el monte, donde vimos un show de leñadores (bueno para niños, pequeños, supongo), una explicación de aves (búhos, halcones y águilas volando, los domésticos mezclándose con los salvajes)??, y vi dos increíbles osos grizzly comiendo hierba, luchando, durmiendo la siesta, y simplemente divertiéndose … ¡a menos de un metro de mí!

La experiencia fue sublime. Naturaleza y vistas impresionantes. Árboles por todas partes, lagos, ríos, nieve … Extremadamente hermosa.

Para terminar bien el día, cenamos en el Blue Water Cafe and Raw Bar.

Cuando el menú de ostras es mayor que la carta de vinos o la de la cena, sabes que conocen sus ostras. Así que decidimos probar varias que no habíamos probado antes: Kusshi, Black Pearl, Chefs, Royal Miyagi, Shigoku y Raspberry. Excepto las dos últimas, el resto estaban absolutamente deliciosas. Suaves, delicadas, y muy sabrosas. Y la lección es clara: ante la duda, toma tus ostras del Océano Pacífico.

También tomamos un delicioso esturión, pez sable, y pastel de queso y yuzu. Uno de los (si no el) mejores restaurantes de la ciudad, sin lugar a dudas.