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El martes 11 de junio, y sin creer que no haya llovido en nuestro viaje, pedimos al hotel un par de bicicletas y nos dijeron que sólo una estaba disponible, pero la otra estaría disponible pronto. Así que, mientras tanto, subimos al aquabus desde el embarcadero de Davie Street en Yaletown, hasta Public Market en la Isla Granville, False Creek, donde un antiguo emplazamiento industrial fue convertido en un mercado público en su interior. Probamos la especialidad local “caramelos de salmón auhumado”, y compramos algunas especialidades culinarias locales en Canadá Eatery. También aprendí la historia de las Inukshuk, las estatuas antropomórficas Inuit (que es lo que significa Inukshuk en Inuit) que se utilizan para advertir del peligro, marcar lugares de respeto, o simplemente muestran el camino.

Tan pronto como el hotel nos llamó para informarnos que nuestras bicicletas estaban disponibles, regresamos, las tomamos, y nos fuimos a Stanley Park. Más de cuatro kilómetros cuadrados de uno de los mejores y más hermosos parques naturales urbanos del mundo, establecido en 1896, con un camino (de sentido único para bicicletas) por la orilla del agua. Pasadas algunas playas bonitas, con troncos en ellas que sirven como bancos, con la obligatoria parejita enamorada sentada en cada uno de ellos, y un Inukshuk monumental, vimos gansos, patos, cisnes, tótems de las Primeras Naciones… todo entre los más hermosos y altos cedros, cicutas, abetos y flores. Un parque espectacular y muy bonito, que vale completamente la pena cada minuto de la hora y media que nos llevó recorrerlo.

Después de devolver las bicis, paseamos por el West End hacia nuestra cena en el menos que memorable Raincity Grill (aunque todos sus productos son de origen local y responsable, y cuenta con un menú de “100 millas” con alimentos cosechados o capturados a menos de 100 millas de Vancouver).