He decidido apuntarme al Chelsea Recreation Center.

Está a la vuelta de la esquina de nuestro apartamento, y por $150 al año tiene todo lo que necesito:

 Pero sobre todo

Hace dos días fui por primera vez.

Pedí una pelota de baloncesto en la oficina (el mejor balón de baloncesto con el que he jugado en mi larga carrera), y me fui directamente a la cancha.

Había alrededor de una docena de chavales (de 18 años de edad, estudiantes de secundaria) jugando. Empecé a tirar algunos tiros libres. Era la primera vez que entraba en una cancha desde que mi carrera en el Pamesa Valencia (España) terminó en su tercer día de pretemporada, después de varias cirugías, hace 20 años.

Definitivamente estaba oxidado, pero aún así podía encestar.

Los chavales a mi alrededor se dieron cuenta, y pronto me preguntaron si quería jugar con ellos. Qué extraña sensación. Una vez más en una cancha, una vez más la única persona blanca jugando … ¡pero esta vez eran todos más de dos décadas más jóvenes que yo! Aunque algunas cosas nunca cambian: el primer músculo que usan en cada jugada sigue siendo la boca.

Debería haber rechazado la invitación. Después de todo, se supone que no debo correr y saltar, sólo nadar, ir en bicicleta y levantar pesas. Pero … que narices. Lo echaba de menos demasiado como para rechazarla.

Me lo pasé genial. Pero lo que más me gustó, la única cosa que casi había olvidado, es la más preciosa de todas, y la razón por la que lo echo tanto de menos: el amor en la cancha. Todos estábamos jugando, colaborando, “bailando”, compartiendo, disfrutando. Había amor real. No hay necesidad de árbitros, marcador, entrenador, incluso normas. Estábamos allí por el amor al baloncesto.

¿La mejor parte de todo? Dos días más tarde y no siento ningún dolor o agujetas. Así que supongo que pronto seré un habitual en la cancha 😉