La semana pasada, pese a tener desgarrados los ligamentos en el tobillo derecho, hice un rápido viaje a América del Sur por negocios.

Después de 12 horas de vuelo llegué temprano por la mañana a Santiago de Chile y tuve que ir directamente a una reunión de negocios debido a que el hotel no tenía mi habitación disponible y la hora de entrada eran las 14:00h. Lo que fue peor: cuando finalmente pude volver al hotel, después de un día de volar y una  jornada completa de trabajo, tuve que soportar martillazos en la pared hasta después de la medianoche. El hotel no podía hacer nada porque era en el edificio adyacente. Al menos pude ver partes de la ciudad desde el coche, incluyendo " Sanhattan".

Como la piscina estaba cerrada por reformas, la única cosa que me gustó mucho en el hotel era el zumo de fresa recién exprimido por la mañana. Sorprendentemente delicioso.

Ya que mi tobillo no me permite caminar por la ciudad como normalmente lo haría, el placer en este viaje fue la conversación y la comida. Mi colega chileno me llevó a excelentes restaurantes, pero ya que no tenían wifi para hacer check-in a través de Foursquare, y ya que mi mente estaba en otra parte, no recuerdo sus nombres.

Sin embargo, las conversaciones que tuve con él y con otros colegas las recordaré durante mucho tiempo. Hablamos de la dictadura y la tortura de Pinochet, de las finanzas de la Iglesia Católica (¿sabías que son los mayores propietarios de tierras en Santiago de Chile, acumulando más de $ 100 millones en rentas de alquiler?), del actual clima político, del maravilloso país que es Chile y cómo se diferencian de los otros países de su entorno, sobre los terremotos, y más.

Después de Santiago de Chile volé a Buenos Aires. Sé que muchas personas están encantadas con Buenos Aires. Mi colega argentino me llevó a visitar San Telmo, Recoleta y Puerto Madero en coche. Debo admitir que nunca lo encontré particularmente encantador, aunque podría estar influenciado por experiencias personales previas negativas con argentinos. Pero ¿qué sé yo?. Al menos, el hotel tenía una buena ubicación, y en un corto paseo visité la Plaza de Mayo y Casa Rosada.

Al día siguiente volé a Montevideo. Un vuelo de 45 minutos ¡tan sólo para cruzar el río! Ni siquiera pasé la noche: una reunión larga, seguida de una buena comida con colegas que se han convertido en amigos, en la que hablamos largo y tendido sobre la estupidez de la burocracia empresarial, y directo al aeropuerto para otro vuelo laaaargo de noche (“ojo-rojo”) de vuelta a Nueva York a casa.