El viaje comenzó con un trabajo serio.

Durante el vuelo de Newark a Narita había muchas películas disponibles en el sistema de entretenimiento personal, algunas bastante interesantes ya que no me iba a ser fácil acceder a ellas desde casa; películas como una selección del Festival de Cine de Tribeca, Bolt from the Blue, Genome Hazard, Horseplay, Samurai Hustle, The Monkey King, The Snow White Murder Case, o series de TV como Hanasaki Mai Speaks Out, Happy Camp, Secret Series, Tasty Road, Treasures of the Country… pero tenía acceso a un enchufe en el asiento del avión, así que dormí 4 horas, y trabajé con mi portátil durante 9 horas seguidas, con Creep de Radiohead en modo repetición de fondo. Me encanta esa canción, y su letra, que re-descubrí a través de la versión de la banda sonora de The Zero Theorem de Terry Gilliam.

Sabía que tendría acceso al enchufe gracias a seatguru, por eso me autoimpuse un reto difícil: escribir el libro de texto “Innovación en Bioinformática Traslacional" para mis estudiantes de la Universidad Abierta de Cataluña, en un vuelo. Con el fin de poner más presión sobre mí mismo, lo tuiteé, hashtag #ChallengeAccepted incluido. Y ¡resulta que lo conseguí! Por supuesto necesita un montón de correcciones. Incluso podría traducirlo al Inglés. En cualquier caso, tan pronto como esté completamente listo, lo voy a publicar aquí para que cualquiera lo pueda descargar con una licencia CC0 o)S(, por lo que cualquiera podrá modificarlo, copiarlo, e incluso venderlo.

Una vez que llegué a Narita tomé la línea KS directamente a mi hotel, 55min., situado en Sumida, literalmente al otro lado de la nueva torre Tokio SkyTree.

Era casi dos días después de mi salida de NY, ya que cruzamos la línea internacional de día, y aunque yo no suelo “sufrir” de jet-lag, me sentí un poco desorientado, así que me ceñí a mi regla de oro: no importa lo que mi cuerpo me pida hacer, cuando llego a un destino, tengo que ajustarme a la hora local. Eso significaba que tenía que permanecer despierto durante un par de horas antes de finalmente tirarme en mi futón. ¡Hora de salir por las calles de Tokio!

En cualquier otro destino eso habría significado explorar nuevos lugares. Tengo hambre de experiencias y conocimientos, así que normalmente me abstengo de repetir lugares. Tokio es diferente. Siendo mi ciudad favorita en el mundo, sentía nostalgia de Tokio, lo que sumado a mi desorientación, significaba que iba a dar un paseo por un lugar familiar: Asakusa.

A pocos pasos de la estación de la línea A, la puerta Kaminarimon me saludó como un viejo amigo. Después de un check-in (no es fácil, ya que todos los lugares mencionados estaban en japonés), vagué en zigzag a través de la calle Nakamise y sus paralelas y perpendiculares, como un juego previo que lenta e inevitablemente conducía a mi rendezvouz con el templo Senso-ji.

“Necesito una cámara nueva, mejor”, pensé. La cámara de mi teléfono no es suficiente, especialmente con poca luz. Y la puesta de sol estaba resultando un desafío para sacar fotografías que estaban chupadas con la vieja cámara réflex digital que mi ex mujer se quedó. Pero el jardín, templo, figuras, puerta, calles … todo estaba allí como si posaran para mí, como si hubieran estado esperándome desde hace siglos. No tengo ninguna duda de que siento una conexión especial con Tokio, y todas las cosas japonesas. Pero como con cualquier cosa en la vida y el amor, uno tiene que aprender a dejar ir también y no tratar de “controlar” demasiado. Así que le dije buenas noches a las carpas del estanque, y subí por Nakamise, donde compré un delicioso buñuelo relleno de té verde y pasta de judía blanca dulce. Eso me dio la energía que necesitaba para caminar de regreso al hotel, en lugar de tomar el metro.

No es que me conozca el camino por las calles de Tokio tan bien, pero el SkyTree es un icono tan visible, como el Empire State en Nueva York, que me sentí seguro de que no tendría ningún problema en volver; y no lo tuve.

Después de sacar fotografías del edificio Asahi, con su “gota” o estructura “espuma” dorada en la parte superior, desde el puente de Azuma-bashi, pasé por el Food Marche de Solamachi (2F) sabiendo el abrumador sentimiento de alegría que es ver tantos puestos de comida juntos, especialmente los dulces. Los restaurantes japoneses fuera de Japón no suelen tener esa cantidad (o buenas) opciones de postre, por lo que los occidentales tendemos a pensar que los japoneses no son buenos con los postres. ¡Qué equivocados estamos! Más allá de Wagashi, su repostería es de primera clase, y por supuesto que se presenta de la manera más delicada y armoniosa, como todo lo que envuelven. Un ejemplo: después de una deliciosa (y muy asequible) bandeja de sashimi, comí la mejor crêpe de pera y crema que he tomado en mi vida (y he comido excelentes crêpes en muchos lugares, incluyendo un sinnúmero de ciudades y pueblos de Francia).

Con la barriga llena y mi paladar feliz, todavía chupándome los dedos, me fui al hotel, donde Kuma, el perro pug de los propietarios del hotel, me pedía que jugase con él. ¡Bien! Ahora a tirarme en mi futón.