Entre el viaje de México y el siguiente de Perú y Colombia, pasé un fin de semana en Nueva York, y aproveché para ir con mi mujer y su ex-marido a la representación de “Kontakthof” del grupo de danza de Pina Bausch en el Palacio de la Ópera Howard Gilman de la Academia de la Música de Brooklyn (BAM).

Antes de la actuación fuimos a un restaurante Sudafricano en Brooklyn llamado Madiba. Interesante mezcla de sabores, estupendos mariscos directamente importados de Mozambique, y una decoración y ambiente rústica y un tanto “hipster”, aunque no demasiado pese a estar en Brooklyn.

La actuación no me defraudó, pues desde que vi el documental de “Pina” me han gustado sus coreografías. El grupo es muy heterogéneo y sólido, y la actuación variada e interesante, con momentos de humor (que despertaron reacciones absurdas de hilaridad “simplona y reactiva” entre parte del público) y momentos de gran tensión como los que reflejaban el abuso sexual, o la objetivización del cuerpo de la mujer por parte de los hombres.

Pese a que se puede decir que la coreografía (permítaseme llamarlo “guión” por su obvia carga figurativa) acusa el paso del tiempo, pues fue creada hace décadas, como es habitual, es en los pequeños detalles donde encontramos la voz de la creadora, una ventana a su mundo interior, más allá de la crónica social que una mirada superficial nos revela. Desde el personaje “desviado” hasta la reacción sutilmente diferente (¿inconsciente, natural, o ensayada?) de cada bailarina femenina ante el acoso masculino, si prestamos atención y vamos más allá del absurdo (como la proyección de los patos) o de lo interesante pero obvio como los relatos políglotas entrecortados, encontraremos la riqueza y profundidad que elevan a una obra a la categoría de obra maestra.