Después de tan agradable fin de semana, volví a mi ritmo habitual de viajes. Esta vez la primera parada fue México.

Mis amigos, además de distribuidores, “los Germinales” (tres generaciones con el mismo nombre), me trataron excelentemente bien, llevándome a estupendos restaurantes, y encargándose de todo, desde los desplazamientos hasta las cuentas. Es un verdadero placer hacer negocios con ellos, pues entienden el aspecto humano que muy a menudo tendemos a olvidar, yo el primero.

El primer día Germinal “senior” me llevó, nada más recogerme del aeropuerto, a comer a un restaurante llamado “El Sabor del Tiempo”. Muy genuino y tradicional. Pese a que solicitamos al “mesero” que por favor nos recomendara platos que no picasen, nos sirvió un asado que aunque delicioso, picaba lo suyo. Aunque supongo que la comida del sudeste asiático me ha curtido, porque yo me lo pude terminar y él no 😉

En esta comida me habló del libro “Los Señores del Narco”, donde se relata con mucho detalle, cifras y pruebas documentales, la estrecha relación entre los narcotraficantes y los políticos mexicanos, y de otros países, desde hace décadas. Germinal me lo comentó porque él mismo fue testigo, cuando construía hospitales en la sierra, hace 40 años, de los vuelos de narcotráfico ayudados por los militares, que incluso cargaban los aviones. Y al haber sido testigo de eso, cuando lo leyó en el mencionado libro se dio cuenta de que es un trabajo de investigación tremendamente detallado y veraz. Así que ya lo he pedido y será mi próxima lectura en cuanto acabe el libro de Wittgenstein que estoy leyendo, que no disfrutando.

La violencia y delincuencia por desgracia están a la orden del día en México y monopolizan el debate social. Pero no es para menos, pues en los pocos días que allí estuve escuché tantos casos de corrupción y violencia que me dieron náuseas. De hecho la población está harta, y hay constantes manifestaciones que bloquean el tránsito en el centro de México DF, pero por supuesto, necesarias como son, no cambiarán nada.

Hablando de tránsito, es espectacular ver y transitar por los “elevados”, los puentes de varios niveles (en un tramo llegué a contra hasta 5) que conducen autopistas de peaje por encima del atasco constante que es México DF. Estas autopistas elevadas de peaje, en concesión con consorcio OHL, permiten a aquellos que se lo pueden permitir, circular a una velocidad suficiente y evitar la desesperación del “infierno” de más abajo. Muy “dantesco” lo de los niveles. Por cierto me llamó la atención que la venta de pases electrónicos se realizaba por personas que caminaban, en la misma entrada de la autopista con los vehículos en marcha, ofreciendo los pases y cobrándolos por la ventanilla.

Otros curiosos “pobladores del asfalto” son los “organilleros”, que en algunos casos pagan a policías para que alarguen el semáforo y así tener más tiempo para hacer negocio solicitando limosna, no tanto por la música con la que “deleitan” (o más bien “castigan”) al conductor en los semáforos, sino por la hazaña que es mantener esos antiquísimos organillos en marcha, y llevarlos a cuestas todos los días.

La comida más memorable fue sin duda en San Angel Inn, una hermosísima hacienda de las que ya no quedan en DF, incluyendo de entrada larvas de hormiga, que no “huevos”, pues como decía Germinal junior, “imagina el trabajo de jalar por las antenas a las hormigas para arrancarles los huevos”. Luego tomé un plato de temporada: “pimientos rellenos a la moscada con salsa de granada”; y de postre, “pedos de monja” (merengue con crema y bayas, de las cuales por cierto México es el mayor productor del mundo), nombre que ofendió a la señora que teníamos en la mesa de al lado, pero no tanto como para no pedirlo ella misma.

Esa misma tarde fuimos al Hospital Militar Central, donde me avisaron que “tonterías ninguna”, y no es broma: ¡la mera injuria a un policía militar acarrea una pena de 9 meses en prisión! Eso sí, todo estaba nuevo, reluciente, y ordenadísimo.

Al día siguiente fui a una reunión en IBM México, ubicado en un edificio que parece un búnker en una zona llamada Santa Fe. Curiosa zona que solía ser el vertedero de la cuidad y ahora alberga enormes edificios de cristal, sede de multinacionales y residencia de “gente que quiere aparentar pero no puede ni pagar la cuota del alquiler” como me dijo un mexicano.

El último día, tras una temprana y muy interesante reunión de negocios con los Germinales de nuevo, de camino al aeropuerto me llevaron a la Pastelería Suiza, que como la han comprado una pareja catalana, tiene estupendos dulces catalanes, y al ser el día de los muertos, tenían un gran surtido conmemorativo, como, panecillo de muertos, altares (al parecer el día de los muertos la gente va al cementerio, lleva la comida “y bebida” favorita del muerto, y pasan allí la noche de festejo), o Katrinas (los elegantes esqueletos femeninos tan comunes en la iconografía popular mexicana). Allí me compraron unos dulces típicos catalanes para que los probaran mis suegros, que seguían en mi apartamento en Manhattan, antes de regresar a Canadá.

Luego me llevaron al aeropuerto. De camino me contaron que pese a ser nueva, la terminal se hundió, y por eso hay una rampa (de bajada al llegar, subida al salir), que antes no había, extremo ese que comprobé con mis propias piernas.

Después de comer en un restaurante español en el mismo aeropuerto, fui a la puerta de embarque sin pasar control de pasaporte, más que la comprobación de nombre con tarjeta de embarque antes del control de seguridad. Increíble, sobretodo para un país con tanta inseguridad que hasta tienen “Taxis seguros”, y aun así te avisan de que no siempre lo son.

Bueno, debido a los negocios, antes de salir de México ya estaba coordinando la fecha de mi próxima visita, a finales de noviembre. ¡Hasta la vista, amigos!