El lunes, 27 de abril nos despertamos muy tarde otra vez, así que tomamos el desayuno en el restaurante Lido, y fuimos directos al Royal Theater Court para escuchar la conferencia a cargo de Howard LG Parkin “Las Constelaciones – Mito, Leyenda y Misterio”, seguida de otra conferencia, esta vez por Simon Dinsdale, en la que compartió algunas de sus experiencias como un guardaespaldas de la familia real.

Después de un almuerzo ligero, fuimos a la biblioteca. Puede que no sea la biblioteca del Queen Mary 2 (la más grande en el mar), pero tenía una muy buena selección. Seguí el experto consejo de mi esposa cuando le pregunté por un libro de literatura británica victoriana “inteligente y agradable de leer” y me propuso “The Moonstone” de Wilkie Collins. También seleccioné una buena antología de poesía, con ganas de descubrir más poemas de WB Yeats, Thomas Hardy, Emily Jane Brönte, William Blake, Percy Bysshe Shelley, John Clare, John Wilmot, Jonathan Swift, Anne Finch, William Shakespeare, y Anne Bradstreet.

Leímos en el camarote durante un buen rato, y luego fuimos a tomar el afternoon tea, seguido por un poco de ejercicio. Elegí el gimnasio, que estaba mucho más concurrido de lo que había previsto, mientras que mi esposa decidió caminar por la cubierta durante un par de millas, desafiando las gélidas temperaturas exteriores.

A las 19:45 habíamos vuelto al camarote, nos habíamos duchado y cambiado para conocer al Comandante de la flota de Cunard, Commodore Christopher Rynd y sus oficiales en un cóctel, ir a la cena, y asistir al baile formal “de Negro y Blanco”. Mi esposa llevaba un vestido de cóctel encantador, mientras yo llevaba uno de mis smokings y, por supuesto, una pajarita blanca y negra. La sublime vista de mi esposa ajustando su fascinator en el espejo antes de salir del camarote, con Ella Fitzgerald como banda sonora de fondo, es uno de esos recuerdos que hacen a un viaje como este tan especial.

El Commodore Rynd nos dijo que hay más de 1.800 pasajeros a bordo, cerca de la mitad de ellos del Reino Unido, una cuarta parte de los EE.UU., alrededor de 100 de Canadá, y así sucesivamente hasta un total de 25 nacionalidades. Al parecer soy el único español a bordo, aunque hay otros pasajeros de habla hispana en este cruce. La tripulación está compuesta por más de 900 personas, lo que de al Queen Victoria una proporción de un miembro de la tripulación por cada menos de dos pasajeros. No es de extrañar que el servicio sea excelente.