El lunes asistí a la presentación de Project M, un nuevo videojuego como oportunidad de inversión, en Google Campus, Londres.

Antes que nada quiero felicitar al hábil equipo de marketing y negocios que hay detrás de esta iniciativa. Han montado un paquete bien pensado, y su idea es única y muy interesante: un videojuego que premiará a los jugadores enviándoles oro de verdad + inversores comprando “minas” en el juego y participando de los beneficios.

Por desgracia, eso es todo lo bueno que puedo decir de esto. Por otro lado, encuentro muchos problemas con este discurso diseñado para atraer inversores. Aquí va unalista, sin un orden específico, de las cosas que no me gustaron:

  • Asunciones salvajes que nadie explicaba o cuestionaba, como: “asumiendo que cada inversor tiene 100.000 seguidores en Twitter” (¡¡¿¿Cómo??!!) y que todos esos seguidores “descargan y juegan al juego durante tres años, haciendo compras dentro del juego” (¡¡¿¿Pero tú que t‘as fumao, chaval??!! Esto no es WoW)
  • Decir que esas proyecciones son “conservadoras” porque un contable ha firmado el informe. No comment.
  • Hablar de los tres “casos de éxito de la industria” (Candy Crush, Angry Birds, Clash of Clans), sin poner los números en contexto: ¿cuántos juegos hay en las tiendas de aplicaciones que no ganan dinero o lo pierden?
  • No dejar espacio a los geeks. ¿Cuándo le entregamos la tecnología a los de corbata (que ahora llevan vaqueros para parecer menos “corbatas” y más “guays”)?
  • Miles de millones de euros, tiempo, y esfuerzo en la búsqueda del siguiente pelotazo especulativo tecnológico con otra app. ¿Por qué no ponemos ese esfuerzo en, no sé, resolver problemas reales o algo así? No es que haya nada malo en el entretenimiento, excepto el hecho de que mucho talento está siendo contratado para crear apps inútiles, en vez de contribuir a un bien común o causas más elevadas.

El mundo de las empresas de nueva creación de base tecnológica y los inversores son muy similares al arte por cuanto nadie quiere criticar a nadie porque nunca sabes cuándo terminarás trabajando con o para alguien, y porque nadie quiere ser criticado, aunque sea de un modo constructivo. Quizá todo el mundo siente que es un “disimula-hasta-que-cuele”, y todo el mundo sufre del “Síndrome del Pato de Stanford”, así que nadie quiere que la crítica sea abierta y pública por miedo de asustar a los inversores que no tienen ni idea (no les digas eso, que ellos antes de monje fueron frailes) con sus montones de billetes que lanzar a “el próximo pelotazo” o a los medios hipnotizados por los emprendedores estrella.

El arte, como las empresas de nueva creación de base tecnológica, es un proceso continuado, sin acabar por definición, subjetivo y abierto a la interpretación. Conlleva muchos aspectos, es multifacético, así que incluso los “expertos” no pueden ser verdaderos “expertos” en toda la materia. Así que cuando hablamos de “precio” y “valor” y “mercado”, toda esa subjetividad y volatilidad tiene que barrerse bajo la alfombra, y hacer como si todo el mundo supiese lo que hace.

Me parece perfecto si todo el mundo quiere jugar a seguir la corriente. Pero de donde yo vengo, los dedos señalan, y llaman a las cosas como son (o parecen). Llámame ignorante, pero no estúpido.