Ayer, después de pasar el día en una feria en Düsseldorf, de camino en tren hasta el hotel en Mülheim, me detuve en la ciudad de Duisburg, porque había oído que estaban preparando un mercado de Navidad. El mercado de hecho se estaba montando, pero todavía estaba cerrado, así que decidí volver a la estación. Para evitar la lluvia tomé el tranvía 901 en König-Heinrich Platz.

Desde la ventana vi a tres niños (de unos 12 a 13 años de edad, supongo) vistiendo el chandal de su colegio, riendo y corriendo hacia el tranvía. No parecían particularmente irrespetuosos ni nada, pero un hombre que estaba de pie en la plataforma (alto, pálido y germánico, alrededor de 40 años), aparentemente no estaba de acuerdo porque los chicos no cedieron el paso a una mujer al subir al tranvía. Algunos de nosotros apreciamos los modales anticuados más que otros, pero no es un crimen, en ninguna parte del mundo, no dejar subir a una mujer a un tren por delante de ti … especialmente cuando eres un pre-adolescente o adolescente, con lo absortos que por lo general van por el mundo.

Así que este hombre comenzó a gritar a los niños. Vi que de los tres chicos (dos blancos y rubios, el otro de aspecto árabe), él sólo gritaba al que parecía. Mi alemán no es demasiado bueno, pillé palabras como “schwein” (cerdo), “mohr" (árabe, usado como peyorativo de “musulmán”), “Paris”, “terrorist” … no se necesita un doctorado en idiomas germánicos para entender lo que estaba pasando allí: una persona, obviamente, mentalmente inestable, dirigiendo la furia xenófoba al “objetivo” equivocado.

Si mi alemán hubiera sido mejor, yo habría dicho a esta persona que mientras yo defiendo la libertad de expresión, esa no es forma de tratar a un niño. O a cualquier otra persona, ya puestos. Como no podía comunicarme en su lenguaje, no dije nada, pero me mantuve alerta, temiendo que las cosas empeoraran. Y lo hicieron.

El hombre sostenía la puerta automática del tranvía, lo que impedía la puesta en marcha, mientras que sus gritos se hacían más y más fuertes, con un tono más agresivo, y su lenguaje corporal más amenazador.

Yo estaba en el otro extremo del tranvía, pero miré a mi alrededor y nadie hacía nada. El coche estaba lleno de gente, la mayoría de ellos parecían alemanes. Pero todos ellos actuaron como si eso no estuviese sucediendo. Algunos miraban alrededor de la plataforma, como si buscaran a la policía, o alguna “autoridad”.

He apreciado, disculpen mi burda generalización, que si bien los ingleses son a menudo “conformistas”, los alemanes son, con frecuencia, “obedientes”. Si la policía, o cualquier otra forma de autoridad formal, hubiera estado allí, las cosas habrían sido completamente diferentes. Pero a falta de autoridad, la brutalidad y la sumisión se apoderó de la situación. Siento sonar tan obvio, pero tengamos en cuenta los resultados peligrosos que mezclar la circunstancias “equivocadas”, la xenofobia, la ignorancia y la aceptación sin sentido pueden producir.

En este punto, al ver que nadie estaba haciendo nada para detener esta escalada de violencia, me levanté de mi asiento, crucé el vagón y me ubiqué entre el niño y el agresor. El hombre siguió sosteniendo la puerta y gritando al chico como si yo no estuviese allí. Todo el mundo se quedó quieto.

Entonces, tras unos cuatro minutos de este sin sentido, y después de hacer gestos obviamente amenazantes (“cortar la garganta”, “golpe con puño”, etc), el hombre, que todavía estaba en la plataforma, metió la mano en el vagón, agarró del uniforme al chico y tiró hacia él como para tratar de sacarlo del coche y tirarlo a la plataforma.

Esto es lo que yo llamo un “terrorista”. Alguien con la intención de infundir terror en los demás, sobre todo para demostrar un punto o imponer una ideología particular. Si encuentra que el uso de esta palabra no es apropiado, pregúntese sobre el terrorismo de Estado, o por el mal uso constante del término “terrorismo” por parte de los medios de comunicación (occidental u oriental) o de los políticos.

Esa fue la línea, hasta ahí podíamos llegar. Agarré la mano del hombre, la retorcí (creo que mi sensei de Aikido solía llamar a esto “sankyo” hace años), le di una patada en el pecho, y lo tiré a la plataforma.

Libre de la sugeción del hombre, las puertas se cerraron automáticamente y el tranvía partió. Nadie hizo o dijo nada. Nadie siquiera me miró. Ni siquiera el niño.

He sido testigo y he sufrido mi dosis de violencia a lo largo de los años, pero lo que más me sorprendió no fue un criminal demente, un “terrorista” atacando a una “víctima”. Lo que más me impresionó fue la pasividad atroz de todos en ese tren.

¿Qué nos ha pasado? ¿Cuándo nos convertimos en “corderos”? ¿Siempre hemos sido “corderos” (ya sea de “Dios”, de ”la cruzada", o de “Bush”)?

¿Qué pasó con el idealismo, utopía, valores y creencias? ¿Cómo es que un agnóstico como yo tiene más “creencias” (o por lo menos está más dispuesto a actuar sobre ellas) que la gente que va a la iglesia y enarbola la bandera? ¿Qué es lo que creemos que tenemos que perder, que nos hace temer ayudar a los demás? ¿Cómo podemos ser tan ciegos en no ver que la inacción nos causará más daño que ponernos en peligro para defender nuestros valores y ética (no “moral”)?

Estamos tan llenos de nosotros mismos. Hablamos sin parar acerca de la grandeur de la civilización occidental moderna. Yo me considero un liberal humanista libre pensante, y estamos muy orgullosos de nuestro humanismo, nuestro liberalismo, la democracia, nuestra libertad, nuestros derechos … pero todo eso no son más que ideales que suenan bien, tergiversados y manipulados por los políticos, empresas y medios de comunicación.

¿Tiene John Gray razón cuando habla de “The Human Animal”, del “Homo rapiens”? Cuando miro a mi alrededor, eso es lo que veo.

Pero un monje Zen me dijo una vez bebiendo una taza de té verde en Japón: “somos lo que elegimos; no tanto lo que hacemos, o incluso por qué pensamos que lo elegimos”. Algunas teorías de tecnología de la información contemporánea, neurocientíficos conductuales, así como algunos filósofos metafísicos, estarían de acuerdo con eso, en una buena medida.

Así que elegí. Elegí ponerme de pie.