El 3 de enero fui con mi esposa y mis padres a visitar uno de mis “lugares seguros” de la infancia: Moraira y Jávea, en la Costa Blanca de Alicante.

Junto a Ibiza, siempre mi favorita, las playas de Moraira tienen un lugar muy especial en mi memoria.

A pesar de que ha crecido mucho en población y vivienda, al ser una zona inmobiliaria de lujo (y por tanto un pueblo con muchos ingresos), han hecho un trabajo bastante bueno en mantenerlo bonito.

Después de un paseo por el puerto deportivo, una visita a mi querida playa del Portet, y subida a las Cumbres del Sol, terminamos la excursión tomando una deliciosa paella de alcachofas y calamares en la playa de Jávea.

Definitivamente es el agua, el agua del Mediterráneo transparente, con playas de arena amarilla, lo que la hace especial (aunque los pinos mediterráneos ayudan ;-). Un agua con una vida marina agotada, a diferencia de la explosión de vida que veía buceando cuando era niño. Un agua que, al paso que vamos, no durará cristalina y hermosa durante muchas décadas.

Ecologismo: tanto se habla sobre ello y tan poco se practica. Sin embargo, en lugar de esperar a los gobiernos “hagan algo”, todo depende de nosotros. Desde la sobrepesca a la basura, todo sucede porque permitimos que ocurra, como actores directos mirando hacia otro lado, o indirectamente como consumidores.

Salvemos los lagos y montañas, las playas y los bosques … o estaremos privando a las generaciones futuras de los recursos y, lo más importante, de la belleza. Porque, ¿quién quiere vivir en un mundo feo? ¿Quién puede encontrar lujo en el yermo desierto?