Del domingo 20 al miércoles 23 de noviembre he estado en Asunción (Paraguay) por varios temas de negocios.

Independientemente de los interesantísimos proyectos empresariales, y de las reuniones al más alto nivel (en un solo día me reuní con tres ministros: el de Industria y Comercio, el de Tecnología, y el de Sanidad), fue un placer conocer uno de los pocos países que me faltaba por visitar en Suramérica. Ahora ya sólo me queda Bolivia.

Asunción es una ciudad que está cambiando rápidamente. Se ven los primeros mega centros comerciales urbanos de lujo, y algunos modernos edificios de oficinas, pero en su mayor parte es todavía una ciudad baja, llena de viviendas unifamiliares de todo tipo (desde palacios hasta chabolas), con bastantes caminos empedrados en el mismo centro, al lado de avenidas de varios carriles perfectamente pavimentadas, lo cual no deja de ser testamento de las grandes diferencias, cada vez más acuciadas, que existen, ya no solo en la región, sino por desgracia en todo el mundo.

Mi hotel era el excelente La Misión, muy coqueto y bien ubicado, y con piscina en la terraza, lo cual cuando la temperatura está a 38ºC, y más viniendo de una granizada en Londres el día anterior, se agradece. Por la mañana, el desayuno era un buffet no muy extenso, pero contaba con deliciosas opciones locales (desde la “sopa paraguaya” que es una sopa seca, hasta el “cocido”: infusión de yerba usada de tereré y azúcar). A destacar la docena de zumos de frutas naturales recién exprimidos que tenía a mi disposición, lo que me ha permitido experimentar con mezclas como zanahoria-guayaba, maracuyá-mango-fresa, etc. Un verdadero placer gustativo, que unido a la música de arpa en directo, hacía una forma perfecta de comenzar el día.

Por motivo de trabajo tuve oportunidad de visitar tres hospitales (Pediátrico, Nacional, y del Cáncer) bien distintos. En ellos me di cuenta de que pese a que hay profesionales perfectamente cualificados, voluntad política, una gestión aparentemente adecuada, y recursos (escasos pero existentes), hay mucho por hacer. Sin embargo se da la paradoja de que precisamente eso los pone en una posición de privilegio al poder implementar las últimas tecnologías sin pasar por sistemas legacy, rechazo y fricción al cambio, intereses y estructuras creadas, y un sin fin de otras circunstancias que en muchos otros países con mayores recursos y nivel de penetración tecnológica constituyen un verdadero freno a la implementación de la innovación.

Por supuesto no puedo dejar de mencionar la comida. Pese a, por lo general, preferir la comida asiática, y pese a ser comida poco “elaborada” o “sofisticada”, la comida paraguaya cuenta con platos interesantes (como la sopa paraguaya, la chipa guasú, el vorí-vorí…), una variedad de frutas impresionante (de hecho los árboles frutales están por todas partes, tanto es así que los niños juegan en la calle con mangos), aunque me quedé con ganas de probar el araticú, y una carne excelente.

Hablando de carne, en mis varios viajes por las afueras del “Gran Asunción”, he visto tantas vacas junto a la carretera que me recordaba a la India (excepto que estas no estaban famélicas, muy al contrario). También he conocido zonas especializadas en artesanías diversas (como objetos de paja, sillas, o balones), gente de muy diversos orígenes y opiniones, y un paisaje abrumadoramente verde y frondoso.

La gente que he conocido ha sido toda muy agradable, y como siempre, me permite conocer de más cerca la realidad de un país sobre el que no conocía demasiado. Especialmente curioso me resultó experimentar el largo horario de trabajo (¿dónde se ha visto que un Ministro te cite a una reunión a las 7:00am?), aprender sobre la Guerra de la Triple Alianza, y sobre los nativos indígenas y el lenguaje Guaraní. Como guinda, el penúltimo día hubo una fiesta en casa de mi cliente, a donde acudieron una decena de ejecutivos de grandes empresas, y donde disfrutamos de una parrilla “de nivel”. Algo me dice que pronto estaré de regreso con mis nuevos amigos.