Tras mi reunión en Bruselas, antes de volar a casa, tenía que hacer una cosa en Islandia. Era una misión.

Islandia es el lugar poblado más ventoso de la Tierra. Cuando desembarqué en Reikiavik, ese hecho me golpeó en la cara como un ladrillo de aire helado.

El viaje a mi hotel reveló otra verdad sobre Islandia: tiene una topografía excepcionalmente fuera de lo común. La lava siempre constante establece una base oscura en la superficie, solo el musgo verde y la nieve blanca compiten por su atención. Sin árboles, sin animales, sin insectos … nada. Aparte de los volcanes mismos. Montañas altas con lenguas de hielo y ríos de nieve corriendo por sus oscuras laderas.

Encantador como era, yo estaba allí en una misión muy específica. Esa misión era obtener una roca lo más rara posible para hacer a mi esposa un anillo único, que reemplazaría otro anillo único que le regalé cuando le propuse matrimonio (pero esa es otra historia). Esta vez también quería darles a mis hijos este regalo especial. Pero primero tenía que obtener la piedra.

Configuré plan A y plan B, ya que no había tiempo para crear más opciones (mi vuelo de regreso partía al día siguiente) y había incertidumbre suficiente como para no estar satisfecho con un solo plan. Esa estrategia demostró ser la correcta.

Así que esa misma noche fui a por el plan A. Para evitar meter a alguien en problemas, omitiré detalles como nombres, embarcaciones, compañías, etc. Lo que importa es que allí estaba yo, navegando en un barco de pescadores a través de aguas cerca del Polo Norte, en medio de vientos huracanados, tratando de localizar una columna de lava submarina.

Por lo general, esas columnas son muy profundas (alrededor de 2 km por debajo de la superficie), pero a veces son lo suficientemente potentes como para disparar la lava cerca de la superficie y, a veces, se encuentran más cerca de la superficie. En cualquier caso, si pudiéramos ubicar una “accesible”, podría obtener lo que quería: la forma más rara de lava. Si lo hubiéramos encontrado, estaba listo para saltar en un traje seco y sumergirme en las aguas heladas para obtener el preciado recuerdo.

Lamentablemente, nuestros esfuerzos se vieron frustrados por las inclemencias del tiempo. Así que a la mañana siguiente iría por el plan B. Pero antes de irme a dormir, tuve que sacar de mi cuerpo el frío glacial del Atlántico Norte, así que fui a los baños termales de Sundhöll.

Me gustó el hecho de que era un lugar frecuentado por lugareños, ni un solo turista a la vista (a diferencia del Blue Lagoon), pero sobre todo porque estaba cerca de mi hotel, y abre hasta las 22:00 h.

Los islandeses usan esos baños como los españoles usan un bar de tapas, o los neoyorquinos un bar de vinos: para despresurizar y socializar. Desde niños a personas mayores, pero principalmente una multitud joven, todos relajados dentro de piscinas interiores o exteriores, charlando, sumergidos hasta el cuello.

Como yo no conocía a nadie, y no hablaba islandés, simplemente me senté allí, disfrutando del agua caliente, pero también sintiendo cómo mi cabeza se congelaba mientras los fuertes vientos irregulares la golpeaban. ¡Esa no fue una mejora sobre el barco pesquero en medio de una tormenta en el Atlántico Norte!

Regresé al hotel reflexionando sobre la diferencia entre ‘vigor’ y ‘fuerza’. Tratando de entender cómo y por qué estos nórdicos disfrutan de esos baños, lo que es aún menos comprensible que el amor de los finlandeses por sus saunas. Pero no importa cuánto lo piense, prefiero ir a una playa del Mediterráneo. Por supuesto.

A la mañana siguiente tomé un desayuno temprano, durante el cual me sorprendí disfrutando por primera vez de un arenque, arenque en escabeche, para ser exactos. ¿Cómo lo hacen para que tenga sabor dulce?

Después del desayuno, fui recogido por Sacha (nombre falso, para proteger su identidad), en una “misión encubierta”. Como resulta obvio, el Plan B involucró hacer algo que se suponía que no debía hacer (no es que el Plan A fuera exactamente una “atracción turística”): preparé de antemano que me uniría a una visita de grupo al túnel de lava de Leiðarendi (“final del camino”), durante la cual me adentraría en un túnel fuera de los límites, más profundo y más cerca de la caldera del volcán Stori-Bolli (en el sistema volcánico Brennisteinsfjöll, al este del lago Kleifarvatn) de lo que se le permitiría a cualquier turista.

¿Por qué? Como mencioné antes, quería recolectar una rara pieza de lava. Si quieres lava, está literalmente en todas partes en Islandia. Casi toda la isla está cubierta con ella. Entonces, ¿por qué ir a tal extremo para conseguir una piedra? Bueno, para demostrar un punto, para enriquecer el recuerdo con simbolismo adicional: Iré al fin del mundo, al infierno y volveré, por mi esposa y mis hijos.

Y eso es lo que hice: a mitad del tour, Sacha me ordenó que permaneciera en la parte posterior de la fila de turistas, y cuando él dijo “cuidado con la cabeza, chavalote”, fue mi señal para introducirme por un pequeño agujero en la pared de lava, y seguirlo lo más lejos que pudiese, durante un tiempo preestablecido, y luego salir y unirme al grupo como si nada hubiera sucedido.

Me dijo cosas que no me hicieron sentir mucho mejor, como “si te quedas atascado, trata de quitarte la ropa o los zapatos, pero no trates de tirar, ya que las capas de lava podrían ceder”, y “si no regresas, no te preocupes, me aseguraré de que un equipo de rescate llegue aquí lo antes posible”. La última frase sonaba particularmente mal, ya que vi un letrero en el camino que decía algo así como “Desde este momento no podemos garantizar que un equipo de rescate llegue a tiempo debido a condiciones climáticas y geológicas extremas. Entre bajo su propio riesgo”.

En cualquier caso, como siempre es el caso, una vez que estoy decidido, lo hago. ¡Menos mal que no soy claustrofóbico! Había partes en las que era casi imposible pasar, iba a gatas. Luego estaba la cuestión de luz: la luz de mi casco se apagó, y me dejó en la oscuridad absoluta. Y el silencio (excepto la gota de agua ocasional, lo que significaba que la temperatura estaba aumentando, ya que las áreas que pasamos estaban llenas de carámbanos de hielo).

No propenso al pánico, admito que fue una situación bastante incómoda, como pesadillas que tenía de pequeño. Pero, curiosamente, al mismo tiempo, fue casi trascendente en su absolutez.

Esa oscuridad, tan densa que te sentías como si estuvieras flotando en ella, me recordó todo lo contrario: cuando me sentí abrumado por la luz del sol en el verano en Atenas, cuando salté desde el acantilado donde se decía que Ícaro había intentado elevarse al cielo. Entendí totalmente por qué voló demasiado cerca del Sol. Es una luz tan intensa que te envuelve. Te vuelves uno con todo, con el Universo.

Volviendo a la fría oscuridad, fue toda una experiencia individualizadora. El tipo de la que responde absolutamente la pregunta “¿Estoy en paz conmigo mismo? ¿Estaré bien cuando muera?”. En mi caso, la respuesta es “sí”, pero eso no mejoraba la experiencia, así que me quité los guantes, trasteé con la luz del casco y finalmente conseguí que funcionara nuevamente.

El vapor estaba haciendo su aparición, y decidí que había ido lo suficientemente lejos, así que elegí seis rocas de lava, las puse en mi bolsillo, y me arrastré de vuelta al grupo.

Una vez afuera, disfruté el paisaje con ojos nuevos. Incluso las fotos que tomé se veían mejor. ¿O era que estaba menos nublado? Fuera lo que fuese, era mágico.

En el camino de regreso Sacha me dijo: “Si le dices a tu esposa lo que has hecho, va a pensar que estás loco, y si no lo haces, no entiendo por qué tienes que hacerlo”. Le dije que mi esposa ya sabe que estoy loco.

Los vientos eran tan fuertes (60 mi/h - 100 km/h), que casi sacó a la camioneta fuera de la carretera. Pero a Sasha no le importó: “sucede cada dos semanas”, dijo, “no es gran cosa”.

Me dejó en el centro de Reykjavik con el tiempo justo para ir a un joyero con el que hablé antes, quien aceptó insertar mis rocas de lava en el diseño que elegí. Su nombre es Stefan Stefansson (en serio), de Metal Designs. Elegí un anillo impresionante, con un simbolismo particular, para mi esposa; un colgante para mi hija; y un llavero para mi hijo.

Con apenas el tiempo suficiente para cambiarme los pantalones de nieve antes de ser recogido para ir al aeropuerto, me sentí entusiasmado porque mi plan funcionó bien.

Desafortunadamente, la euforia se desvaneció ya que mi vuelo se retrasó debido a los fuertes vientos (lo que significa que era un asunto serio, es tan malo como cuando Búfalo o Toronto cancelan vuelos debido a la nieve), y luego tuvimos que desembarcar y cambiar de avión debido a una problema mecánico. Pero al menos el Saga Lounge es súper acogedor, y tiene una buena selección de comida, por lo que aunque no te permiten usar una VPN en su wifi, era mucho mejor que sentarse en una silla durante horas.

Y ahora, finalmente en casa, puedo decir que ver la sonrisa en la cara de mi esposa valió la pena pasar por un infierno y regresar. ¡Espera a que les dé a los niños los regalos y les diga lo loco que está su padre! (En realidad ya lo saben).