Humano, parece ser, implica “razón”.
Razón, parece ser, implica “discurrir”, “discurrir el entendimiento”, o “causa-efecto”.
Pero hoy, Hoy, no sabemos discurrir. Ni siquiera podemos inventar, o fluir. Porque corremos en círculo, que es una forma de no correr. Porque estamos atrapados por la jaula que dejamos que la ilusión del otro produzca en nuestra mente. Y el inventar no es tal, sino mirar abriéndose, y no hacemos ni una cosa ni otra.
De un ma libro (“All Things Shining: Reading the Western Classics to Find Meaning in a Secular Age”) escrito por buenos autores (Hubert Dreyfus, Profesor de Filosofía de la Universidad de Berkeley, y su ex-alumno Sean Dorrance Kelly, ahora Director de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Harvard) saco esta interesante frase:
“Deberíamos preocuparnos menos por generar sentido, y más por discernirlo y cultivarlo”
El otro día estuvimos en una conferencia de Ignacio Ramonet (Le Monde Diplomatique), en la que se supone que hacía recapitulación de conferencias anteriores del ciclo sobre nuevas utopías, aunque en realidad fue un cocktail compuesto de 30% de historia de la utopía, 60% de “el estado del mundo”, y 10% de utopías varias.
Lo que me entristeció, entre otras cosas, fue que en no se habló de la participación.
Impresionante documental sobre la obsolescencia programada (gracias Ana).
¿Cuánto de lo que deseamos no nos es necesario?
¿Cuánto de lo que tenemos nos sobra?
¿Cuánto necesitamos de verdad?
Se me ocurren mil cosas que podemos hacer para recuperar un poco de equilibrio en la absurda carrera desear-trabajar-endeudar-comprar-consumir-tirar. Voy a preparar un post más exhaustivo sobre el tema, pero por ahora ahí va esto, que practico desde hace más de un año: cuando compres un objeto de consumo (ropa, juguetes, etc), deshazte (da a los más necesitados, recicla, etc) de dos.
Resulta que los traumas muchas veces causan pesadillas recurrentes (todas las puñeteras noches).
Resulta que en sueños agitados (como las pesadillas) tendemos a efectuar movimientos “periféricos” (ojos, dedos, pies, boca…).
Resulta que cuando mueves la boca por la noche, todas las noches, se desarrolla un músculo/cayo en el interior de la madíbula inferior.
Resulta que ese músculo/cayo, cuando crece demasiado, quita espacio a la lengua.
Resulta que cuando la lengua no tiene su espacio natural, se va hacia atrás (hacia la garganta).
La inversión parental es cualquier esfuerzo que hacen los progenitores para favorecer a las crías. Esto en sí conlleva una serie de consecuencias en cuanto a comportamientos y asimetrías sexuales. Además es la base de teorías de biología evolutiva como la del “gen egoísta” (cómo, por ejemplo, la cola del pavo real macho aumenta sus probabilidades de procreación, pero también incrementa el peligro que corre al ser mayor riesgo para los depredadores… y es el sobrevivir a ese mayor riesgo lo que mejora sus probabilidades de reproducción, con lo que podemos decir que el “gen” pone en peligro al “indivíduo” para su propio beneficio).
Es bien sabido nuestro condicionamiento hacia las formas “redonditas”. Nos parece “mono”, “adorable”, y nos impulsa a protegerlo y cuidarlo.
Esto es porque los bebés nacen sin la capacidad de regular su temperatura corporal, con lo que los primeros meses necesitan de una capa extra de grasa, que les da ese aspecto “blandito” y “redondito”. A su vez, los adultos (y no sólo los padres) estamos condicionados a reaccionar con ternura e instinto de protección hacia ese ser indefenso, para así garantizar una mayor tasa de supervivencia de la especie.