La gota, transparente, sobre el mármol blanco.
Frío sobre frío.
El destello de luz llega a mí. Me llega.
¿Sale de dentro, se posa encima?
Sé que es un reflejo, pero es hermoso.
Y ahí, en ese preciso momento, es cuando cruzamos la línea, cuando la divinidad deja de ser una aspiración, y nos absorbe. Nos arrastra. Nos traspasa.
The roaring of the waves goes mute as I remember your laughter.
Your infinite gaze belittles the blue inmensity of the sea.
The sunset rays, pale next to your bright smile.
Nature‘s imposing spectacle is nothing next to the depth of your being.
Thank you for existing. Kisses from the sand.
El estruendo de las olas enmudece ante el recuerdo de tu risa.
La inmensidad azul del mar empequeñece ante tu infinita mirada.
La luz atravesaba a duras penas la verdosa agua.
Sabía que era verdosa por las algas microscópicas tan frecuentes en los ríos de aquellas latitudes. Pero no por ello era menos desagradable. Desagradable por su consistencia, su indefinido y tenue color. Un color que presagiaba muerte. Uniformemente apático y falto de vida.
¿Dónde estaban los peces, dónde los cocodrilos? En aquella imagen faltaba algo. Sólo veía el agua verduzca, y la luz, en forma de haces, abriéndose un hueco por ella hasta donde podía.
Las luces de los coches de choque empezaban a emborronarse. Como en un anuncio de vaqueros, la música sonaba, un melancólico country con toques tecno.
La feria parecía animada. Parecía. Y eso es lo que le inquietaba. Allí, al borde de la pista, observando con la mirada perdida, de esa manera en la que todo se capta sin fijarse en nada. Allí se dio cuenta de que todo pasa, nada permanece, y eso es lo que permanece.
En un océano grande y profundo, como todos lo son, habitaba, entre muchos otros, un pez. Ese pez, como todos los demás, era especial. Pero, a diferencia de los demás, a él se le notaba desde fuera: en su rostro había algo que ningún otro pez tenía. Una sonrisa.
– Ese pez se cree superior – decían unos.
– ¿Cómo lo hace? – se preguntaban otros.
– Ha alcanzado el aquadharma – pregonaban los guru-peces.
Hace unos meses vi un libro que quería comprar, pero por circunstancias varias no lo pude adquirir en ese momento. Y encima se me olvidó apuntar el título. He pasado meses buscándolo por “temática”, y me ha costado una barbaridad. Si me hubiese fijado en el autor, hubiera sido mucho más fácil.
Por fin lo he encontrado. Se trata de Juliano el Apóstata, de Gore Vidal. El libro relata la vida del emperador romano Flavio Claudio Juliano (más conocido como Juliano el Apóstata), quien intentó revitalizar los antiguos ritos paganos y cerrar el paso a la superstición galilea.
La luz sobre los azulejos de la pared. Es en todo lo que se podía fijar.
No importaba la sirena de la ambulancia que todavía podía escucharse fuera. Ni las pisadas a toda prisa de médicos y enfermeros empujando su camilla. Ni el caparazón amorfo que tubos, sábanas manchadas de sangre, gasas, y demás, formaban sobre su cuerpo.
La luz sobre los azulejos de la pared. Es en todo lo que se podía fijar.