Constantemente reniego del tecnocentrismo y reclamo más introspección, más atención al indivíduo, y una sociedad más equilibrada.
Pero eso no significa que la tecnología no nos pueda ayudar. Hay pequeños avances ocurriendo ya, que podrían cambiar el mundo:
Células solares flexibles y con una eficiencia superior al 40% producidas en serie (Boeing) Purificadores de agua basados en plantas (como los de mis amigos de Aquaphytex) Cemento biodegradable de geopolímeros Tecnología “lab-on-a-chip” de microfluídos producida en serie con medios caseros (como describía Guillaume Colas, y demuestra la SEAS de Harvard) Bacterias artificiales Teléfonos solares (Umeox), coches eólicos… ¿Por qué los gobiernos no se unen internacionalmente y apoyan más estos radicales avances, dejando de lado favoritismos, aranceles, subvenciones, y demás auto-proteccionismos endémicos?
¿De verdad se creen los estamentos públicos que la actividad o impacto del I+D se mide por publicaciones? ¡Si hasta hacen mapas de ello! ¿Nadie les ha explicado cómo el endógeno sistema de publicaciones está obsoleto, es manipulado, y no es un indicador correcto de actividad, y mucho menos impacto?
Es el eterno problema de “como no tengo manera mejor de medirlo, y debo medirlo para asignar recursos, y justificaciones varias, pues empleo este”.
Si entendemos por normalidad “que se ajusta a las normas” o “natural” (lo cual no deja de ser “que se ajusta a las normas de la naturaleza”), debemos demarcar el ámbito y rango normativo, pues todo lo que esté dentro de ello devengará en normal. Se contemplará el rango.
Si, por el contrario, como se hace habitualmente atendiendo a su connotación, entendemos como normalidad lo común, frecuente, habitual, o estadísticamente recurrente con los índices más elevados, entonces estamos restringiendo y reduciendo dicho ámbito.
Nos estamos matando. No nos gusta hablar de eso. La muerte, en sí, es tabú, da miedo, y la evitamos hasta simbólica y metafóricamente.
Pero no sólo es llamativo el suicidio indirecto (malos hábitos de consumo, de salud, ceguera medioambiental…). También directamente. Suicidio.
Si todos los instintos de nuestro sistema mental están organizados al rededor de la supervivencia, tanto personal (huir del peligro, alimentarnos, etc) como genética (descendencia, por ello la procreación), ¿cómo puede ser que lleguemos a quitarnos nuestra propia vida?
Nos encanta proyectar: en x años el Sol consumirá la Tierra…, en x años no quedarán animales de tal o cual especie…, en x años…
Bueno, pues aquí va otra: en x años todos estaremos en la cárcel. Absurdo, lo sé, pero no por ello la información factual que lleva a esa disparatada conclusión deja de ser preocupante.
Las poblaciones carcelarias son un problema en todo el mundo. No decrecen, ni mucho menos.
El otro día estuvimos en una conferencia de Ignacio Ramonet (Le Monde Diplomatique), en la que se supone que hacía recapitulación de conferencias anteriores del ciclo sobre nuevas utopías, aunque en realidad fue un cocktail compuesto de 30% de historia de la utopía, 60% de “el estado del mundo”, y 10% de utopías varias.
Lo que me entristeció, entre otras cosas, fue que en no se habló de la participación.