Apuntes desde Kolkata (India)
Desde el momento en que salí ayer del aeropuerto de Kolkata (antes Calcuta, Begala Oriental, India) noté una diferencia notable con el resto de ciudades de la India que conozco: da la sensación de que la naturaleza está ganando la partida. Se siente de un modo intenso la crudeza de la naturaleza, lo que implica tanto vida como muerte.
No es tanto que la vegetación esté por todas partes, de un modo salvaje, o que irrumpa con fuerza en las estructuras creadas por el ser humano (carreteras levantadas por raíces, muros que no soportan las inundaciones, etc). Es más una sensación sutil, pero brutal, de que somos una plaga, y como tal, la naturaleza, a su lento pero implacable ritmo, nos devorará. Un recordatorio, como si nos hiciera falta otro, de que somos efímeros, y endebles en toda nuestra arrogancia.
En cuanto a observaciones más mundanas, las celebraciones de Diwali están por todas partes (han llegado hasta a la Casa Blanca, donde Obama se ha convertido en el primer presidente en considerar el voto de los inmigrantes de origen indio, felicitándoles oficialmente en su festividad).
Desde el taxi, que va haciendo carreritas con un amigo, y eso que el conductor no es nada joven, observo luces y ambiente distendido. Ya me he acostumbrado a la “curiosa” forma de conducir en este país, donde la mayoría de taxistas no saben ni leer, donde no hace falta carnet de conducir para ponerse al volante (se parten de risa cuando les digo que para el carnet de moto he de pasar un teórico y dos prácticos, y pronto añadirán más pruebas), y donde mi taxi ha estado más cerca de impactar de frente (con foto incluida):
¿Debería haber cogido el bus? Como dicen en Málaga, no pero que sí 😉
Se trata de una fiesta realmente curiosa, con un origen épico; origen que muchos indios han olvidado (¿acaso saben todos los valencianos los orígenes de las Fallas, o los pamploneses los orígenes del San Fermín?), ya que la mayoría te dicen que se trata de una fiesta en la que hay luces, música, se baila, y se tiran petardos. Hasta en The Office hacen una referencia humorística a este desconocimiento de las raíces de la fiesta.
La ciudad está pobre pero orgullosamente decorada con luces, y pasan camiones llenos de gente bailando (por cierto, sorprendentemente buen technotrance) y cantando. Hay templos a deidades varias por todas partes, y hacen sus particulares procesiones (como una en la que sumergen la figura de una deidad hecha de barro en el río).
Pero eso no la hace ni más bonita ni más interesante. De noche, las calles están casi tan oscuras como las de Caracas, y lo que en principio te parecen dátiles por el suelo, son cucarachas pisoteadas. Algunas son realmente gigantescas y tienen aspectos amenazantes.
Las calles llegan a estar tan oscuras, que si no te fijas puedes pisar a un indigente de los que duerme en la acera.
Yo soy muy privilegiado, y lo sé. Ni me avergüenzo ni me arrepiento. Sería un cínico si lo hiciese. Pero no por ello pierdo mi sentido crítico, ni me apoltrono autocomplaciéndome en mi comodidad. Observo, aprendo, analizo, y trabajo en una propuesta que pueda, quizá, tener un impacto. De nada sirve la limosna (y eso que hay quien te agarra el brazo, te sigue durante un kilómetro, o te chilla para intentar que se la des), y mucho menos sentir pena. No hay nada más dañino para quienes sufren las, aquí más que en ningún sitio, escandalosas desigualdades que el atentar contra su dignidad (que la tienen, que nadie lo olvide) y su orgullo sintiendo pena por ellos y ofreciéndoles limosna como única ayuda. Seguro que a esa persona, en ese momento, le das una pasajera alegría. Pero es tan absurdo como tratar los síntomas en vez de las causas de la enfermedad (aunque eso sea, y no por casualidad, lo que hacemos en occidente, ¿verdad delincuentes de big farma y corruptos doctores?).
Así que tras respirar el humo que envuelve la ciudad, caminar entre sus masas, y hablar con sus gentes (muchos hablan inglés, efectos de ser ex-colonia británica), regreso a la comodidad entumecedora y seguridad aislante del estupendo hotel en el que me hospedo (lo llaman la Gran Dama, y el edificio perteneció, al principios del siglo pasado, al abuelo de la mujer de un amigo mío).
Dos militares pertrechados tras sacos de arena con artillería pesada, y seis guardias de seguridad armados, que escanean cada bolsa y maleta que entra, así como cachear a cada persona que además ha de pasar por el arco detector de metales (que funciona, no como en la mayoría de sitios), no parece tan exagerado cuando uno piensa en el reciente atentado en Mumbai, o en la gente que aquí se hospeda (la mayoría con guardaespaldas, chófer, etc).
Arreglo mis cosas en la habitación (flores frescas, fruta, agua, enorme TV plano, selección de DVDs -va de retro, tentación, que tengo mucho que leer-, albornoz, zapatillas, menú de almohadas… ¡no falta de nada, menos mi chica!), y me bajo a cenar. Normalmente acudo a un restaurante de la ciudad, pero la comida india es de las pocas que no me gusta, así que sigo varias recomendaciones de guías y amigos, y ceno en el “mejor restaurante Thai del país”, que resulta que es el del hotel. Al terminar compruebo la piscina. Me apetece dar unos largos, pero lo dejo para mañana, porque está lleno de insectos nocturnos atraídos por las luces.
Por la mañana unos buenos largos a primera hora, y el bufet de desayuno más acertado que he visto hasta ahora: los platos “salados y calientes” se piden al camarero, y te los preparan en la cocina. Así que en la barra de bufet “sólo” hay fruta. Docenas de variedades. Nunca he comido tanta fruta de una sentada. Además con agua de coco, y con preparaciones tan curiosas como con almíbar ligero al azafrán y clavo.
Luego me ha recogido mi distribuidor, y tras una reunión de un par de horas en el lobby, nos hemos ido a visitar un par de hospitales. Mucho mejores que en Bangladesh, claro.
Me ha llevado a comer al restaurante chino Tung Fong (Park con Free School street). Buena señal es que estuviera lleno de… chinos comiendo 😉 La tertulia ha sido realmente interesante. He aprendido mucho sobre la historia y la política de la India. Esto es lo que realmente forma, y no solo los “codos” o las aulas.
Luego un par de hospitales más, apurando hasta última hora, y visita rápida al nada interesante New Bazaar (mucho mejor ir al Gran Bazaar de Estambul, el Centro Comercial Ruta de la Seda de Beijing, o incluso los mercadillos de callejeros de muchas otras ciudades asiáticas).
Me quedo con ganas de visitar el Museo de la India, la casa de Tagore, el Templo de Kali, o el Victoria Memorial Hall (al que he visto por fuera desde el coche). Pero no es que tenga muchas ganas de volver para verlo, la verdad.
Ahora a hacer la maleta, que hay que madrugar. Mañana Munich (eso sí que es un cambio de chip… y de temperatura; por cierto ¡me he olvidado la chaqueta!).