Apuntes desde Chicago II
Ayer hizo un día soleado (frío pero con poco viento). Tras una extensa e interesante reunión con un cliente japonés, hijo de un monje budista (que me hizo un regalo, y que hablaba, a través de su intérprete, de negocios con muchos ceros de una forma tan tranquila y profesional que da gusto) y su socio americano, en un lujoso hotel del centro, decidí dar un “paseo de vuelta a la tierra”.
Deambulé hacia una zona que no conocía de Chicago (siempre me he limitado a la Magnificent Mile y el Loop) terminado en Gold Coast. Y me propuse hablar con los mendigos, sin techo y marginados que encontrase. El problema es que cuando te fijas, hay muchos, muchos más de lo que parece. Y por supuesto, no todos estaban dispuestos a hablar, y ninguno quiso que le sacase una foto.
Dwaine fue el primero que me encontré, nada más salir de la reunión, en el puente de Dearborn, camino al norte. Es tan insultante como irónico el ver los yates de lujo amarrados, y tapados al resguardo de los elementos, bajo el mismo puente en el que Dwaine se hiela a diario.
Sentado en una silla de ruedas, pidiendo limosna con un vaso de McDonald‘s, sonreía pese a que le faltaban ambas piernas. Me acerqué, le deseé felices fiestas (ya se sabe que aquí, como empieza a ocurrir en España, las Navidades duran todo el mes de diciembre…me pregunto ¿cuándo les cambiarán los nombres a los meses para que coincidan con las fiestas comerciales?). Le pregunté si le importaba contarme qué le había ocurrido. Durante casi una hora estuvimos hablando “de su familia, de cómo había sido un atleta en el instituto, de sus recuerdos de la guerra de Vietnam, del accidente que tuvo en una fundición de Pittsburg, y de cómo, al no tener seguro privado, no pudo permitirse tratamiento ni prótesis, perdió el trabajo, a su esposa… y terminó hablando con un extranjero atípico”.
Sin poder resistir ya más el frío, evitando ser un “pesado”, y con ganas de conocer más historias, me despedí de Dwaine, quien me dijo “gracias por darme lo que nadie más ya da”. Creo que no me saltó una lágrima por el frío que hace, pero me encogió el corazón. Le dejé con sus espectaculares vistas de una ciudad fría en todos los sentidos.
Luego, caminando bajo las vías elevadas del metro, me encontré a Carla. Su actitud era de estar drogada, pero su aspecto era el de una mujer sana. Lo más increíble era su historia: hace unos meses se graduó de la universidad (con una buena deuda del crédito estudiantil), consiguió un trabajo en un bufete de abogados, y estaba prometida con uno de los socios del bufete. Hasta aquí “cuento de princesas americanas”. Pero en un día cambió todo: su jefe intentó violarla, con lo que fue con su novio a poner una denuncia. Por el camino tuvo un accidente de coche (“imagina lo nerviosa que iba conduciendo… no vi el camión”), en el que murió su novio. Estando en el hospital, tratando sus heridas, se entera de que está embarazada. Al salir, con la deuda del coche, el juicio del accidente, en la calle por un ex-jefe hijo de puta, y los gastos médicos, termina por complicársele la cosa al perder su casa por no poder atender la hipoteca. Así que ahora está en la calle, pidiendo limosna, embarazada, y viviendo en un albergue. Espera poder conseguir trabajo algún día, pero como está tan embarazada, hasta que no nazca el bebé no cree que lo consiga.
La de Carla no es la última historia que escucho, pero esto no es un “catálogo de historias callejeras”.
Qué quieren que les diga, parezco un masoquista emocional exponiéndome a todas esas historias de dolor, sufrimiento e injusticia. Pero lo que me mueve es el interés por saber dónde vivo, quién me rodea, cuál es “la realidad”… quiero huir de las masas atontadas, que comen hamburguesas solos y en silencio mientras CNN lava los restos de su cerebro. O de esas otras que se toman el carajillo a primera hora para hacer “más llevadera la jornada”, y terminan el día con una cerveza viendo el partido “con los amigos” mientras no saben ni lo que les enseñan en el colegio a sus hijos.
¡Despertad! Mirad a vuestro alrededor. No, a los escaparates y las decoraciones de “navidad-rebajas-compra” no. Hay gente a vuestro alrededor, problemas pero también oportunidades para ayudar, para ser solidario, para hacer de este un mundo mejor. No se trata de limosna una vez al año por “caridad cristiana”. Se trata de una voluntad de luchar contra la injusticia, de no acomodarse en la autocomplacencia, de no cerrar los ojos ante tantos y tantos problemas que nos rodean.
Sí, me refiero a usted, señor vendedor de seguros, con su pelo recién cortado que se dirige al gimnasio. Y a usted, directora de banca que sale de comprarle una bufanda a su marido en Hugo Boss por 175$. Si todo eso está muy bien. Consuman, diviértanse… pero hagan algo más. Piensen, cuestionen, propongan, actúen.
Veo a las masas frente a Macy‘s, en una frenética carrera hacia ningún sitio. A su alrededor, en cantidades mucho más grandes de lo que sus negadores ojos quieren creer, un ejército de desheredados circulan, a un ritmo muy distinto, viviendo lo que parece una vida en un universo paralelo. Pero no lo es, es una ilusión. Somos todos una especie. Queremos, o eso decimos, ser una sociedad. Entonces ¿por qué nos negamos a abrir los ojos? ¿qué comportamiento suicida es este?
Terminé el día cenando una sopa de lentejas con gambas, y un enorme filet mignon (“el más pequeño que tengan, por favor”) en Gibson‘s. El “otro lado” del universo paralelo: chóferes al volante de Cadillacs en la puerta, mujeres “trofeo” siliconadas y rodeadas de pieles, canosos potentados, y paredes llenas a rebosar de fotos dedicadas de famosos.
Al salir, no lejos de allí, “el otro lado del espejo”. Un callejón, de los que casi nos parecen familiares de verlos en las películas. Una chica joven drogándose, mientras su compañera me grita “¡Y tú qué coño miras!"· Obviamente no creo que les apetezca contarme su historia.
Termino la noche entrando en Hangge Uppe. Me dicen que es toda una institución de los “clubs” (lo que en España llamamos “pubs”) de Chicago (aquí hay mucho “club” y menos “discos” tipo Excalibur). La música ochentera, y la clientela diversa (desde veinteañeras en despedida de solteras, a sus mamás celebrando el divorcio, pasando por frat boys y turistas despistados) hacen que sea un lugar muy curioso para observar. Y me doy cuenta que la dinámica social nocturna es sorprendentemente similar en los cuatro rincones del globo. Caso a parte el de “Vamp”, una espectacular rubia con un obvio desequilibrio emocional, necesidad de que le presten atención, y narcisista. En un rato liga con 4 hombres, los morrea, los calienta mientras mira en el espejo… y al siguiente.
Saco la cámara para tomar una foto del peor guardarropía que conozco. El segurata me pide que no haga fotos de una forma tan amable y tranquila que me sorprende. De todas formas ya me voy. Ni la música es mi estilo, ni quiero que me sigan ofreciendo “tomar algo”.
Llego al hotel. En el bar (planta 15, al lado de los ascensores) todavía hay ejecutivos intentando ligar con la primera falda que ven, a ver si no pasan la noche solos. Ilusos. En el sentido “vacuo” de la palabra.
Me voy a dormir, que por hoy ya está bien. Esta mañana me levanto pronto, trabajo un poco (bendita conexión a internet) y me voy a tomar el brunch con gospel del House of Blues. Ya os contaré.