La pugna indivíduo-sociedad en un gorro de baño
El gesto es nimio en sí, pero su significado tiene un alcance, como metáfora, muy profundo.
El otro día me apunté a una nueva piscina pública. Conocía las normas (ducha, zapatillas, gorro, etc). Pero, como siempre, reflexioné sobre ellas, y siendo que desde hace tiempo llevo una cabeza completamente afeitada, le consulté a la socorrista si esto me eximía del preceptivo gorro de baño. Me dijo que suponía que sí, así que me puse a nadar “a pelo”.
Al rato llegó el responsable de la piscina y muy amablemente me pidió que me pusiese un gorro de baño.
¿Por qué, si la función del gorro es evitar los pelos (y sus posible habitantes) en el agua, y yo al no tener pelo en la cabeza no puedo dar lugar a tal situación? Muy sencillo: porque es más fácil aplicar injustamente una norma de modo unilateral y absoluto, que tener que enjuiciar cada caso, valorando individualmente. No se trata de la razón o la justicia, se trata de economía: el ahorro de recursos para el sistema, que podría verse desbordado si tiene en cuenta las particularidades de sus miembros.
Esto es lo que nos lleva a la famosa pugna indivíduo-sociedad.
Ejemplos hay miles (como la obligatoriedad de llevar el cinturón de seguridad, porque el sistema-sociedad está valorando al indivíduo económicamente, y no ordenando su interacción para su propio bien como suele justificar). Y miles son los tratados sobre el tema.
No pretendo aportar aquí una visión preclara o una propuesta de equilibrio… sino alertar sobre el creciente papel del sistema, y sobre la discreta pero brutal opresión que el indivíduo va recibiendo y sintiendo. No es, como en casos históricos anteriores, un abuso flagrante y tan desmesurado que nadie pudiese resistirlo, llevando a un levantamiento… pero no es sostenible. Economía, salud mental, prioridades vitales, etc.
Continúa la reflexión, y pronto llegarán más propuestas (abro una nueva sección: “propuestas equilibradoras”, que se centrará en proponer y aportar soluciones, que no sólo crítica, para reducir el mal reparto de recursos de todo tipo, incluso emocionales).