El pensamiento occidental ilustrado, enciclopédico, y del método científico, nos ha permeado hasta determinar nuestros procesos racionales de una forma que… ¡no es racional!

Creemos que, tenidas en cuenta y analizadas las variables, podremos despejar la ecuación, y así ser los controladores de una especie de determinismo que nosotros mismos controlamos. Es pretender aunar el libre albedrío, la libertad, y el determinismo.

Pero esa falaz lógica hace aguas por todas partes: desde lo de “tener en cuenta todas las variables” hasta lo de “analizar”, y por supuesto, llegar con ello a una conclusión válida, que sea la única, infalible, o incluso la más conveniente.

Aquí va un ejemplo simple, tonto, pero que ilustra bastante bien: según unos estudios publicados en el Journal of American College of Radiology, los radiólogos diagnostican peor al final de su jornada laboral, por el lógico cansancio, que al principio. Pero por lógico y obvio que sea dicho dato, es algo que uno no tiene en cuenta cuando sufre una afección que se ha de diagnosticar por un radiólogo. Ni se tiene en cuenta lo obsoleto del aparato empleado. Ni se tiene en cuenta la posibilidad de error. Ni se tiene en cuenta… muchas cosas. Simplemente acudimos, nos diagnostican, y con ello re-estructuramos nuestra realidad (“tengo tal afección”, “padezco de tal cosa”, o “estoy sano y por lo tanto tranquilo”). Por otro lado no podemos estar dudando de todo ni teniendo en cuenta cada variable, cada opción, cada recuerdo, cada temor, cada… Pero un poco de humildad en nuestras férreas convicciones nos vendría muy bien a todos.