El aeropuerto Hartsfield de Atlanta ha tenido uno de esos inútiles escaners que muestran a la gente desnuda desde hace tiempo. Pero la última vez que estuve allí, estaban en pruebas, y la mayoría de pasajeros no pasaban por ellos. 

Hoy, por el contrario, cuando me ha acercado a la cola de seguridad, he visto que junto a cada detector de metales había uno de esos escáneres. “Vaya, esto está empeorando”, he pensado, mientras veía que casi todo el mundo pasaba por los escáneres.  

Cuando me ha tocado, me he puesto delante del detector de metales, y la agente de la TSA delante del escaner me ha dicho: 

– Señor, necesita pasar por aquí.

– No –he contestado–. Prefiero pasar por el detector de metales.

– Todo el mundo ha de pasar por aquí – ha contestado mientras un agente de la TSA pedía a una mujer enorme, un niño, y un anciano que pasaran por el detector de metales.

– Obviamente eso no es cierto – contesto, mirando la cola que se está formando delante del detector.

Sintiendo una creciente inquietud en mi interlocutora, y no creyendo que la situación requiere una confrontación más directa, decido explicarme mejor:

– Tengo objeciones médicas, políticas, y personales al uso de esos escáners particularmente en mí.

– Este cartel muestra que no tiene por qué preocuparse, señor – empecinadamente me dice, girando un cartel que estaba de espaldas a los pasajeros, hacia mí.

El tendencioso cartel básicamente decía (que pena que no me dejaran sacar fotos) algo como que el escáner era seguro y que su software permitía a los agentes de la TSA garantizar nuestra seguridad. Sin mencionar los problemas políticos, de privacidad, abuso, o médicos que puede causar.

– Aun así, me niego a pasar por el escáner, y ya que el detector de metales está aquí, y funciona, prefiero pasar por el detector como esa gente.

– Entonces tendrá que ser cacheado completamente por un agente de la TSA. ¿OK? –Me dice.

– No veo que esa gente que ha pasado por el detector antes que yo sean cacheados.

– Señor, esas son las normas: si “opt-out” [elige negarse] necesita pasar por el detector y necesita ser cacheado.

Decido que no merece la pena discutir con ella el uso correcto y significado del término “necesitar”. También decido que la legalidad de sus condiciones es algo que puede ser comprobado más tarde, porque de lo contrario perderé mi vuelo, así que acepto y paso por el detector de metales.

El agente de la TSA que está junto al detector de metales me dice en cuanto paso (sin un solo “beep” ni problema):

– Señor, necesita ponerse de pie aquí –junto a él y el detector; ya empezamos con el “necesita”.

Obedientemente me pongo donde me dice.

– “¡Hombre opt-out en la fila 14-15!” –grita por su radio.

Y espero ahí.

Y espero más.

Y llama de nuevo.

Y espero. 

Y mientras tanto, varias personas pasan por el detector de metales sin cacheos. De todo tipo, raza, edad, género…

Y espero más.

Me muevo unos7 centímetro para comprobar mi equipaje de mano, zapatos, portátil, teléfono, reloj y cartera que me esperan al final del escáner de rayos-x para objetos, para asegurarme de que nadie los coge “por error” (ya que la gente responsable de “nuestra seguridad” no parece que le importe “nuestra propiedad”).

– Señor, le he pedido que se ponga aquí –me recuerda, señalando a lo que parecen mis pies.

No sé si mi mirada le ha transmitido correctamente “WTF”. Ojalá lo hubiese podido escribir en la aplicación LED screen de mi teléfono.

Llama de nuevo.

Espero.

Y espero.

Unos 30 minutos más tarde (una cosa que uno aprende tras décadas de viajes aéreos y chequeos de seguridad, es que no tiene sentido preocuparse por perder el vuelo “una vez estás de camino”) una agente de la TSA viene y dice “cachéalo tú, y yo te cubro en la cola”.

Así que el agente de la TSA, muy profesionalmente me explica todo el proceso que va a ocurrir (su explicación lleva prácticamente el doble que el proceso completo), y me pregunta varias veces si lo entiendo y si me parece bien, añadiendo que si me siento incómodo con que eso ocurra en público, podemos ir a una sala aparte.

Me siento incómodo en público, con cacheo o no, así que la sala privada no ofrece ningún alivio.

Luego mi equipaje de mano es comprobado y una muestra de mis ropas pasa por el detector de partículas de explosivos.

¿Todo eso porque me he atrevido a escoger? ¿a reclamar mis derechos? ¿a defender lo que creo?

No me importa lo difícil que me lo ponga el fascismo (sí, comprendo la dureza del término, conozco su historia, y lo elijo por eso). Lucharé, me aguantaré, o me iré. Pero NO pasaré por su aro. Y no me callaré.

[Nota: escribo esto mientras espero a que embarque mi avión. En la pantalla de la TV, la noticia de otra masacre en un colegio. Y la presentadora de la CNN pregunta “¿es hora de que los estudiantes lleven armas para defenderse?” ¡¡WTF!! Si embargo, nada sobre la absurdamente molesta, inútil y tremendamente cara seguridad aeroportuaria, que, por cierto NUNCA ha evitado un “atentado terrorista”] 

Y encima me he perdido la charla en el Centro de Postgrado de la Universidad de la Ciudad de NY (CUNY Graduate Center) sobre el Cerebro a cargo de Richard Axel y Lawrence F. Abbott.