Un día en Varsovia
A la mañana siguiente, 12 de noviembre, mi vuelo a Varsovia no sólo era muy temprano, sino que además salía de Frankfurt. Y no es divertido tener que levantarse muy temprano para tratar de evitar tráfico, a contrarreloj, en la autopista. He oído que a uno no le ponen una multa por exceso de velocidad en la autobahn. Espero que sea cierto, porque rompí mi récord de velocidad en un vehículo “normal” (mis experiencias con superdeportivos de lujo en circuitos cerrados no cuentan). Y una luz intermitente roja se disparó mientras pasaba a toda velocidad por los radares, al menos, tres veces … Ooopss.
La verdad es que a estas alturas ya debería haber aprendido la lección. En un viaje de más de dos horas, conducir a toda pastilla sólo te ahorra 6 minutos (comprobado contra la estimación inicial GPS). Así que, ¿de verdad voy a arriesgar mi vida y la de otras personas por estúpidos 6 minutos? Prometo, al igual que hice cuando tuve el accidente de moto hace unos años, que mis días de exceso de velocidad han quedado atrás. Quizás escribirlo aquí me ayudará a cumplir esa promesa.
Así que llegué al aeropuerto a tiempo, leí el periódico, reflexioné sobre lo horrible y terrible que es el Wall Street Journal en su enfoque editorial y lo difícil que le resulta al Financial Times intentar no serlo, y subí a mi avión. Eso es todo lo que puedo recordar. De repente ya estaba en Varsovia.
Varsovia tiene un excelente y asequible autobús público que va desde el aeropuerto hasta el centro de la ciudad, y se puede pagar con tarjeta de crédito. Así, mientras los taxis no son caros (a menos que subas a uno de esos que llaman “exclusivos”), decidí probarlo. Perfecto.
Me registré en el hotel Sofitel Victoria, deshice la maleta, cogí mi ordenador portátil, y me fui a la reunión. La reunión fue muy bien, pero había algo extraño en ella.
Conocí a un alto ejecutivo, un ingeniero, un ejecutivo de ventas, y una ejecutiva de desarrollo de negocios de una empresa de tecnología de Polonia que cotiza en bolsa. Tenían un amplio rango de edades entre un hombre de cincuenta y poco y una mujer de poco más de veinte. La parte extraña es que, con sus diferencias en el nivel de inglés, educación, edad e incluso estilo, yo no conseguía, por mucho que lo intentase, “leer” sus reacciones, si es que tenían alguna. ¡Pensé que estaba en Islandia!
Después de una larga explicación que se me quedaban mirando. Así, sin más. Ni idea de lo que estaban pensando. Ni idea de cómo proceder. La única razón que me llevaba a creer que entendían lo que estaba diciendo era que hablaban bien inglés, y que de vez en cuando me preguntaban una pregunta pertinente. Pero ¡era difícil mantener la conversación “fluida”! Y lo digo sin faltar el respeto, en absoluto. Todos eran muy agradables. En particular la joven, muy profesional, que se esforzó para asegurarse que se trataban todos los temas previstos y que sin duda me hizo sentir bienvenido. Pero aún así, era raro. Tal vez estaba cansado. Después de todo me adapto muy rápidamente para hacer frente a árabes, japoneses, franceses o estadounidenses. Tal vez estaba cansado. ¿He dicho eso dos veces? Está claro, era que estaba cansado.
Así que, fui a cenar temprano y a dormir tan pronto como pude.
Busqué en Yelp los alrededores de mi hotel, y decidí ir a un restaurante tradicional que estaba muy bien valorado. Llegué a las 19: 55h, pedí un menú en inglés, que sí tenían, y como siempre procedí a leer todo lo que había para asegurarme de que pedía la más deliciosa opción en la lista larga. 10 minutos más tarde, estaba listo, por lo que yo llamé a la camarera, que me informó “lo siento, pero la cocina cerraba a las 20: 00h, ahora sólo cerveza”. ¿Quéeee? “Tienes que estar bromeando”, pero supongo que no hacen “bromas” aquí.
Ahora estaba molesto, además de cansado y hambriento. Estaba muy oscuro. Y estaba haciendo frío. ¿Es así como uno se convierte en un vampiro?
Probé dos lugares más, lo mismo: cocina cerrada. ¡Grrrr! Sé que los españoles somos un poco extremos cenando unos minutos antes de medianoche, pero las 20:00h hora de cierre, ¿en serio?
En cualquier caso, acabé en Caffé Nero, una cafetería muy agradable con deliciosas quiches y pasteles junto al acceso a la universidad. Su selección de té era tan agradable que me sentí como en casa. Pero tenía que volver al hotel tan pronto como fuera posible, porque, por supuesto, al día siguiente tenía … lo has adivinado, otro vuelo temprano por la mañana.